El fracaso de la conferencia de Rio + 20

Queda claro, en un ejecutivo que pasa de 34 a 38 miembros, que la prioridad no es la ecológía, sino la recuperación del tejido industrial, la lucha contra el desempleo, la consolidación de la zona euro.

Han pasado veinte años de la gran "cumbre de la Tierra" en Rio de Janeiro, que puso las bases de políticas de desarrollo compatibles con el deseo de preservar los recursos naturales del planeta. Pero muchas cosas han cambiado desde entonces en la economía mundial, globalizada para lo mejor y para lo peor. El avance de la democracia en el planeta tiene un efecto perverso –en el sentido sociológico del término‑, que es la preeminencia del corto plazo. Y la defensa del medio ambiente se sitúa en el largo plazo, más aún en momentos de recortes, que afectan lógicamente a temas importantes, como la subvención de las energías renovables.

Un viaje personal de Madrid a Galicia me hacía pensar en el futuro de tantas placas solares y molinos eólicos –auténtico desastre estético para el paisaje‑, si desaparecen las ayudas oficiales. Es duro, pero la única gran energía moderna –el petróleo y sus derivados‑ es también la única que nació y se desarrolló gracias a la iniciativa privada, sin ayudas oficiales.

Ahora la cuestión es dilucidar lo que interesa más económicamente, no ecológicamente. Y ahí aparece la crisis de muchas políticas sobre energía nuclear: los planteamientos fuertemente ideológicos pueden ceder ante la racionalización de las tensiones entre recursos disponibles y objetivos deseables. Por esto, podría repetirse en el plano general la unión de las últimas decadas entre la derecha y la izquierda de Francia sobre las centrales nucleares.

Pienso que ahí está una de las claves de la Cumbre de Río, por mucho que los comunicadores oficiales traten de pasar un mensaje optimista. Si el medio ambiente del planeta mejora será por la iniciativa de las personas individuales y de las empresas, no de los gobiernos, acuciados por el corto plazo. Como reconocía la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, "los gobiernos no pueden solucionar solos los problemas a los que nos enfrentamos, desde el cambio climático a la persistente pobreza y la escasez crónica de energía".

El ministro español Arias Cañete destacó que, pese a las diferencias entre los participantes, "el desarrollo sostenible tiene una importancia crucial para la creación de empleo y el crecimiento económico". A su juicio, dentro de los tópicos de la comunicación, "se han conseguido cosas importantes, y el texto refleja aspectos que no debemos desdeñar".

En ese sentido, se puede mencionar el artículo 175 de la declaración final, que recoge el compromiso de los 193 países miembros de la ONU de "observar la necesidad de asegurar el acceso a los recursos pesqueros" por parte de los "pescadores artesanales y de pequeña escala", con mención especial a las mujeres que trabajan en el sector. "Hemos conseguido hacer visible en un documento de Naciones Unidas un sector productivo que hasta ahora era como si no existiera", explicaba Antonio García Allut, presidente de la Fundación Lonxanet para la Pesca Sostenible.

Pero se comprende la "profunda decepción" de instituciones como Réseau Action Climat, que agrupa a unas 600 ONG ecologistas mundiales. Pues, tres años después de la cumbre de Copenhague sobre el clima, poco gana el planeta con el acuerdo de mínimos de Rio.

Y es que faltan los dos motores necesarios para avanzar en este campo tan comprometido: no hay países que lideren con fuerza las medidas necesarias, ni tampoco, en consecuencia, se aportan los medios de financiación indispensables para seguir avanzando. Al contrario, países emergentes como China o la India muestran tan poca iniciativa en este campo como la Unión Europea, obsesionada por la crisis del euro.

 

Se justifica la descripción alternativa de esta cumbre como "Río menos 20": la defensa del planeta se retrotrae a situaciones precedentes, sin apenas avances.

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