El fracaso del multiculturalismo puede favorecer nuevos absolutos

                        Mientras mueren cientos de personas inocentes en el Tercer Mundo, y los islamistas de Níger queman templos cristianos como supuesta represalia sobre las caricaturas que de su profeta publica una revista de París, se sigue hablando en Europa de islamofobia, con una ingenuidad digna de mejor causa. Ciertamente, Occidente ha vivido días intensos que, psicológicamente, son comparables a las tragedias del 11-S americano o el 11-M español. Pero existen quizá otras interpretaciones, que esbozo a continuación.

                        Sin duda, como señalé hace poco, el islamismo es la gran amenaza actual de la paz en el mundo. Pero Occidente sufre desde hace décadas, sin apenas sentirlo, la erosión derivada del intento de construir un multiculturalismo, promovido desde foros como la UNESCO, sin suficiente fundamentación filosófica ni jurídica. Pervive, a pesar del iluminismo y –en la Iglesia católica‑ del Concilio Vaticano II, la confusión entre los derechos de las ideas y los derechos de la persona.

                        Toda persona tiene la dignidad y el derecho de ser respetada –dentro de los límites del ordenamiento civil‑, aunque sean muchas sus ideas erróneas, o defienda planteamientos ideológicos contra la esencia de las democracias occidentales. Ese respeto al individuo no exige, en cambio, ninguna conmiseración con sus errores, que pueden y deber ser criticados en privado y en público. Una locura del final de la segunda mitad del siglo XX es amparar la dictadura del relativismo, que agosta de hecho la convivencia democrática: toda persona es respetable, cualquiera que sea el color de su piel, o sus ideas, o el nivel de bienes económicos; pero eso no rige para las ideologías o tradiciones. Si la “verdad” no tiene derechos, y se admiten las continuas blasfemias de revistas tipo Charlie Hebdo, ¿acaso hay que achantarse social y colectivamente ante las “verdades” de lo políticamente impuesto?

                        No se trata, me parece, de fomentar choques de civilizaciones. De hecho, los promotores de las manifestaciones en Dresde –y en otras ciudades de Alemania‑ contra la islamización de Occidente, han decidido no salir a la calle este lunes; se amparan en razones de seguridad, pero quizá no desean echar más leña al fuego en estos momentos: esas demostraciones populares apenas tienen riesgo personal alguno dentro de Europa, pero acaban pagando con su vida muchos cristianos que viven en África o Asia... No han secundado ese criterio los promotores de movimientos franceses como “respuesta laica” o “resistencia republicana”, que salieron a la calle en ciudades como Lyon, Montpellier o Burdeos. Con buen criterio, se prohibió en Madrid un evento semejante, porque iba tener lugar frente a la mezquita junto a la M-30. Por paradoja, no parece ser el criterio en Córdoba cuando supuestos musulmanes se reúnen ante la catedral, antiquísima mezquita construida sobre un templo cristiano más antiguo aún.

                        La canciller alemana Angela Merkel ha juzgado duramente el movimiento contra la islamización. Pero parece incoherente declarar que el Islam es parte de Alemania, cuando se ha opuesto en su día a la referencia simbólica del origen cristiano de Europa en su carta constitucional. Como si no hubieran sido católicos  los grandes fundadores de la comunidad europea... Por su parte, los responsables de PeGiDa, que rechazan toda relación con la extrema derecha, señalan que no están contra los musulmanes en general, sino con el Islamismo radical, y contra el descontrol de la inmigración masiva.

                        Existe un problema de política interior, que afecta de hecho al orden público y, en otro orden, a las relaciones internacionales. Pero se silencia habitualmente el fundamento ideológico de actitudes que tienden a imponer criterios a las democracias occidentales y a reducir drásticamente la libertad de expresión, mediante el uso de violencias que parecen de otros tiempos: lo son, sin duda, en el campo islamista, que reacciona como en la edad media; pero también en otros movimientos culturales que imponen la adhesión con mayor o menor violencia.

                        Se comprenden reacciones furibundas contra el antisemitismo, también porque son verbales, no físicas. En cambio, feministas tipo “Femen” o integrantes de movimientos LGTV causan evidentes daños materiales, aunque no lleguen a los extremos islamistas. Pero, por parte de las autoridades occidentales, quizá sea llegado el momento de renunciar a un simplón multiculturalismo –gran capa que todo lo tapa‑, para centrarse en la defensa de las personas, no de las ideas. Todo, con tal de evitar que la crisis multicultural destruya la democracia por la consagración dictatorial de los diversos relativismos.

 
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