La crisis de gobierno en Turquía desestabiliza aún más el Oriente Medio

Parece inminente ya la posibilidad anunciada desde el primer momento, previendo que no habría consenso con las demás formaciones con representación parlamentaria: AKP, con 258 escaños de 550, no puede formar gobierno, por lo que se impone el precepto constitucional de volver a convocar elecciones. El plazo expira el 23 de agosto. Parece la única solución, también a juicio del primer ministro en funciones Ahmet Davutoglu, tras el reciente fracaso de las conversaciones con los socialdemócratas del Partido Republicano del Pueblo (CHP).

Su líder, Kemal Kiliçdaroglu, acusa al AKP de no querer un gobierno duradero, sino una salida provisional en espera de nuevos comicios. Sería, para Erdogan, el modo de evitar un ejecutivo interino con representación proporcional de los grupos parlamentarios, que tendría acceso a informaciones delicadas de los departamentos más sospechosos de corrupción. Quizá lo intente en un sprint con la extrema derecha del Movimiento de Acción Nacionalista (MHP), pero es casi imposible conseguir su apoyo, a pesar de la ruptura de la tregua con los kurdos.

Como es natural, los principales empresarios del país presionan para llegar a una gran coalición al modo germánico. Pero da la impresión de que Erdogan no renuncia a su protagonismo, como se comprueba con el cambio de política en relación con la crisis de Siria. Desde luego, está en contra del Estado Islámico –de ahí la autorización del uso de aeropuertos del sur por la fuerza aérea de la OTAN , pero quizá más contra el partido kurdo que, ante los bombardeos turcos a zonas de su territorio, vuelve al terrorismo contra Ankara.

De hecho, el PKK ha promovido acciones violentas contra decenas de policías turcos, en represalia por los ataques aéreos de la aviación a bases kurdas al norte de Irak, que habrían causado cerca de 400 muertos. Se acusa a Erdogan de contribuir a que reviva esa antigua guerrilla, fundada en 1978: del inicial independentismo marxista ha pasado a propugnar la autonomía en los Estados de la región con población kurda.

Todo parece derivar de los resultados de su brazo político, el Partido Demócrata Popular (HDP), que consiguió superar el 10% de los votos y entrar en el parlamento con 80 diputados; evitó así la mayoría absoluta del partido en el poder. Erdogan ha metido en el saco del terrorismo al EI y al PKK, y ha dado prioridad a la lucha contra este último en sus posiciones sirias e iraquíes, a pesar de que hasta ahora los kurdos estaban siendo pieza clave en la lucha de la coalición contra el EI.

La situación es grave. El presidente del Kurdistán iraquí autónomo, Masud Barzani, en un comunicado oficial, pidió al PKK el 1 de agosto que “aleje su campo de batalla de la región del Kurdistán iraquí, para garantizar que los civiles no se conviertan en víctimas de esta guerra”: las regiones montañosas que ocupa cerca de la frontera con Turquía e Irán, está siendo bombardeado implacablemente por la aviación de Turquía desde el 24 de julio

Como suele suceder, las acusaciones son mutuas entre los dos principales partidos capaces de llegar a un gobierno de coalición. Y las consecuencias electorales resultan inciertas: AKP intentará recuperar la mayoría en nombre de una gobernabilidad estable frente al riesgo de un caos creciente que siga incidiendo negativamente en la economía. Pero los ciudadanos pueden reprocharle que se haya aprovechado a su favor de la crisis siria.

Complica la situación la apertura de una investigación judicial, el 30 de julio, contra el líder del HDP, Selahattin Demirtas, por "incitar a la violencia" y a "disturbios del orden público" en el pasado otoño. Podría ser condenado a muchos años de cárcel. Unos días antes, afirmó en la Asamblea Nacional que “nuestra única culpa es haber obtenido el 13% de los votos" en las últimas elecciones. Al contrario, el líder del MHP, Devlet Bahçeli, demanda a los tribunales la prohibición del partido pro-kurdo, y a la Asamblea Nacional que levante la inmunidad parlamentaria de sus 80 diputados. La condena de

Demirtas, en un país con independencia judicial limitada, más bien favorecería electoralmente a Erdogan, a pesar de las incertidumbres que comporta. En todo caso, aumentaría la decepción de los kurdos, comprometidos en la batalla contra el EI tanto en Siria como en Irak. Se introduce así un nuevo factor desestabilizador en Oriente Medio.

 
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