La guerra jurídica de Egipto contra los islamistas

Pero los excesos que pudo cometer durante el exiguo tiempo en que ocupó la primera magistratura –sobre todo, los arrestos y torturas de manifestantes en las semanas precedentes al golpe que lo derrocó en julio de 2013 , no justifican la pena capital, por mucho que el ministro de exteriores de Egipto la defiende y proteste con las injerencias internacionales en sus asuntos internos. En la mente de todos, las críticas de la ONU, la UE o gobiernos como los de Estados Unidos, Irán o Turquía.

La cuestión es más grave aún si se tiene en cuenta la evolución de la crisis relativamente vecina de Irak y Siria, donde avanza implacablemente el sedicente Estado Islámico, en medio de la pasividad o de la incompetencia de las autoridades de los grandes países, también de los que se comprometieron a defender a la población de esos países. No es fácil saber a qué juega en estos momentos Barack Obama, después de sus tajantes declaraciones de hace unas semanas sobre su estrategia de “debilitar y finalmente destruir” al EI. Entretanto la barbarie progresa en tierras de la antigua Persia y de Siria.

La gran duda, a la vista de los acontecimientos, es si las potencias occidentales –muy en concreto, Estados Unidos  pueden seguir considerándose aliados de Egipto, y prestándole una importante ayuda militar y económica. Tal vez Washington siga aplicando el principio de que el fin justifica los medios, si es que está de veras en la lucha contra el radicalismo islamista y en defensa de los derechos humanos de poblaciones civiles indefensa. Y Francia no renunciará a vender aviones de combate…

Como se ha repetido, los cristianos de aquellas regiones están siendo las víctimas inocentes de los conflictos. Ya lo habían sido, en buena medida, durante la crisis egipcia. Se explica que las autoridades religiosas, de modo particular el patriarca copto Tawrados II, hayan apoyado al presidente Al Sissi. Pero no está claro que compartan la actual represión, que llevaría al patíbulo a cientos de islamistas. No se puede olvidar que Morsi ganó las elecciones, aunque luego ejerciera el poder con ineficacia y violación de los derechos humanos. Tampoco que, como mínimo, la cuarta parte de la población egipcia simpatiza con los Hermanos Musulmanes.

Una gran incertidumbre se proyecta sobre el futuro inmediato. Turquía presagia la extensión del caos en la región: la violenta guerra judicial egipcia alimentará la expansión del terrorismo. Como es natural, desde El Cairo se reprocha a Ankara su apoyo a causas manifiestamente violentas, mientras aumenta la represión interna de los disidentes turcos.

Dentro del peculiar sistema penal egipcio, antes de confirmar la pena de muerte –aún pendiente de una posible apelación , será preciso oír al gran muftí, la más alta autoridad jurídico-religiosa del país, aunque su parecer no es vinculante para la autoridad civil. Desde luego, esta puede indultar, y no faltan quienes piensen que lo hará –a pesar de que Al Sissi parece implacable contra los hermanos musulmanes, en la estela de Nasser, invocado como modelo y heredero por el actual presidente , para intentar una relativa pacificación, que evite o amortigüe posibles acciones de terror, de las que no se libra ya ni Arabia Saudita.

Desde luego, Al Sissi cuenta con la mayoría de la población en la lucha contra el terrorismo, que comenzó como ministro de defensa, antes de ser presidente tras el golpe de 2013. Los ciudadanos prefieren cierta falta de libertad a la inseguridad de ataques indiscriminados a iglesias y comisarías, o los frecuentes sabotajes a infraestructuras públicas, que destruyen el turismo, una de las principales fuentes de riqueza en el país.

 
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