La herencia de Edgard Morin, un intelectual centenario

Edgar Morin (Foto: Lisaetwikipedia).
Edgar Morin (Foto: Lisaetwikipedia).

Acaba de cumplir cien años, con una lucidez digna de su trayectoria vital: una existencia compleja con una capacidad excepcional de comprender y hacer comprender qué significa la complejidad. Sin duda, a pesar de su agnosticismo, recibió y transmitirá una herencia judeocristiana. Y no sin sentido del humor, nos dio hechas las felicitaciones con su último libro y su última tribuna en Le Monde.

No faltarán desacuerdos con sus conclusiones, aplicadas a la realidad histórica del momento. Pero hay que agradecerle su esfuerzo continuo, metodológico, en la que llamaba dialógica, capaz de asociar contradicciones en sí mismas insuperables, algo muy propio del mundo en que vivimos. Su aceptación de la grandeza de la humanidad y de sus límites aparece en una frase típica sobre el pensamiento humano: “capaz de crear las máquinas más formidables es incapaz de crear la más mínima libélula".

En su último libro Leçons d’un siècle de vie, Edgar Morin da prueba, a juicio de Nicolas Truong, de “una rara sinceridad en esta nueva confesión de un hijo del siglo”. Al repasar momentos de gloria, no oculta los errores ni las ocasiones perdidas: "Las aventuras de mi vida, mis pasiones amorosas e intelectuales, junto con mi negligencia, me han privado de esa cosa soberbia que es una familia unida”.

En una tribuna aparecida en Le Monde la víspera de sus cien años, repasa el último siglo, que ha conocido un aumento sin precedentes de la potencia del ser humano, y al mismo tiempo, también sin precedentes, de su impotencia.

Señala jalones inolvidables de esas imposibles posibilidades: las armas nucleares (Hiroshima 1945); la degradación del planeta (informe Meadows 1972); el mito occidental del transhumanismo (California 1980); la esperanza panhumanista de la globalización (1989-1990: el capitalismo penetra en la URSS y en China), que coincide con la revolución neoliberal (desde Gran Bretaña y Estados Unidos) y la subsiguiente crisis de las democracias.

“Vivimos hoy una formidable dinámica científico-técnica-económica-política determinada por el desarrollo incontrolado de la ciencia, el desarrollo incontrolado de las técnicas, bajo el impulso desenfrenado de las fuerzas económicas y el impulso no menos desenfrenado de la voluntad de poder de los Estados”.

Esos avances son compatibles con una enorme regresión político-social, que se refleja en los llamados populismos –mejor, demagogos- y en regímenes neo-autoritarios con fachada parlamentaria –más próximos de lo que parece-: a la vez, en todo el mundo, se multiplican medios  que permiten domesticar y vigilar la sociedad, y controlar las telecomunicaciones. Está en marcha el camino hacia el Gran Hermano.

En esta coyuntura histórica, la pandemia del covid-19 manifiesta la debilidad de una ciencia que se creía todopoderosa, a pesar de la alerta derivada del sida en 1983. Quizá en el futuro despejaremos la incógnita de si la búsqueda denodada de vacunas ha dejado en segundo plano la de posibles medicamentos curativos, y si ciertos remedios han sido descartados por la presión de los trusts farmacéuticos sobre las autoridades sanitarias. Lo importante es reconocer que los virus y las bacterias nunca serán eliminados, aunque sólo sea porque son capaces de modificarse y frustrar los antibióticos y los antivirales: confirman la debilidad de una ciencia por lo demás poderosa, así como la de un sistema de pensamiento potente pero incapaz de concebir la realidad humana, especialmente en tiempos de crisis, porque es incapaz de integrar conocimientos dispersos y compartimentados, y no cuenta con una constante de la historia humana: “la aparición de lo inesperado y la presencia permanente de incertidumbres, que se agravan en tiempos de crisis, y sobre todo en una crisis gigante como la nuestra”.

La enfermedad del 2021 no proviene sólo de la fragilidad humana (la desgracia, la muerte, lo inesperado), sino también de los efectos destructores de la omnipotencia científico-técnica-económica, impulsada a su vez por la creciente desmesura de la voluntad de poder y del ánimo de lucro.

 

“También debemos comprender que todo lo que emancipa técnica y materialmente puede al mismo tiempo esclavizar, desde la primera herramienta convertida en arma, hasta la inteligencia artificial. No olvidemos que la formidable crisis que vivimos es también una crisis del conocimiento (donde la información sustituye a la comprensión y donde el conocimiento aislado mutila el saber), una crisis de la racionalidad cerrada o reducida al cálculo, una crisis del pensamiento”.

Frente al mito del progreso, y sin olvidar la espada de Damocles de la guerra nuclear, es preciso estar preparados para las regresiones, la intensificación de los conflictos –las crisis exacerban la violencia-, las catástrofes naturales. Edgard Morin no descarta, incluso, la hipótesis apocalíptica de un profeta o visionario o iluminado inesperado que anuncie una nueva religión planetaria y modifique la aventura humana.

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