De Hong Kong a Roma pasando por Pekín

Papa Francisco.
Papa Francisco.

Daba vueltas al silencio de occidente ante el crecimiento de la presión del gobierno de Pekín para ahogar la autonomía prometida a la antigua colonia británica de Hong Kong, cuando se difunde la firma de un acuerdo provisional del Vaticano con China.

Ciertamente, es muy difícil valorar la diplomacia de países libres con estados totalitarios. Si no fue positiva la experiencia del espíritu de Múnich, ni del precedente concordato de la Santa Sede con Berlín, no veo adecuado aducirlo ahora con reticencia respecto del nuevo documento vaticano: al cabo, en España, antes del concordato de 1953 –año de los tratados con Estados Unidos-, se había firmado en 1941 un acuerdo sobre nombramiento de obispos. La querella de las investiduras, que parecía medieval, estuvo presente con facetas diversas en la edad contemporánea, y no necesariamente por un radical josefinismo. Aquí, sólo en la transición, y en virtud de un gran gesto del rey Juan Carlos, la monarquía renunció al derecho de presentación, cesión de Roma a tantos Estados a lo largo de la historia.

Asistimos a una guerra comercial entre Estados Unidos y China. Salvo error de perspectiva por mi parte, Donald Trump no piensa en los derechos humanos cuando establece limitaciones arancelarias a las exportaciones. Le interesa más bien apuntalar el America first. En realidad, coincide con la política de otros países –acabamos de comprobarlo, mutatis mutandis, en las relaciones de España con Arabia saudita-, que ponen entre paréntesis esas libertades básicas cuando se trata de asegurar grandes contratos.

Ciertamente, la Iglesia católica no tiene intereses comerciales en China. Pero los acuerdos con Pekín presentan una fuerte carga política, aunque el director de la Sala Stampa vaticana se apresurase a precisar –en un castellano manifiestamente mejorable- que "el objetivo del Acuerdo no es político sino pastoral, permitiendo a los fieles de tener obispos que están en comunión con Roma pero al mismo tiempo reconocidos por las autoridades chinas”.

En el plano estrictamente religioso, no es lógico escandalizarse por la readmisión a la plena comunión eclesial de los obispos “patrióticos” ordenados sin mandato pontificio. Benedicto XVI retiró la excomunión a los prelados lefebvrianos, en su deseo de cicatrizar heridas para abordar una etapa nueva que, en el caso de la Hermandad de san Pío X, parece estancada. También resulta comprensible la posible reacción de fieles de la iglesia "clandestina". Basta recordar la cuestión de los lapsi cuando llegó la paz religiosa tras las persecuciones de los emperadores romanos.

Poco sabemos sobre el contenido del acuerdo, firmado cuando está muy activo el proceso político relanzado hace un par de años para el asentamiento de la cultura china, que exige la subordinación al partido comunista de cualquier realidad social, incluidas las organizaciones religiosas. En algunas provincias, se han destruido recientemente lugares de culto católicos y protestantes, se ha perseguido la posesión de biblias y libros religiosos, y se ha encarcelado a fieles…

Todo indica que, aunque el papa tenga la última palabra, difícilmente será posible el nombramiento de obispos sin la aceptación de las autoridades chinas, basada no precisamente en criterios espirituales. Pero ojalá, como indica la nota informativa oficial, "este acuerdo fomente un proceso de diálogo institucional fructífero y con visión de futuro y contribuya positivamente a la vida de la Iglesia Católica en China, para el bien común del pueblo chino y para la paz en el mundo". Ojalá, repito, la paz institucional abra algún camino al reconocimiento global de los derechos humanos, que son universales, no de occidente, ni de China, ni tampoco confesionales.

De momento, el actual imperialismo del continente amarillo suscita muchos temores, más allá de la espiritualidad, que afecta también –en sus respectivas regiones- a budistas o musulmanes. Por acusada que sea la secularización de occidente, sin una lucha real por la libertad religiosa –la gran defensa del santuario humano de la conciencia-, quedarán capitidisminuidos en la práctica los demás derechos humanos básicos. Por eso, la Europa ensimismada en su propia crisis, debería fomentar nuevos caminos para reactivar su gran aportación histórica al mundo: al menos, no abandonar a sus antiguas colonias –Hong Kong, pero también países africanos en conflicto- ante la opresión de tantos poderes autocráticos.

 
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