La ley del talión, signo del odio en el mundo

                        Pensábamos que el pacifismo ‑el deseo de paz en el mundo‑, era uno de los grandes anhelos sociales contemporáneos, auténtico valor emergente de la postmodernidad. Algo empezó a cambiar cuando el belicoso presidente Obama recibió el premio Nobel de la paz. Y, en lo que va de siglo, se han ido concatenando conflictos, con esas características singulares de las guerras civiles que tan difícil hacen el armisticio y la reconciliación: basta pensar en Palestina-Israel, en Sudán –a pesar de la división en dos Estados‑, o en la región de los Lagos al noreste de la república del Congo.

                        La extensión de la violencia islamista ha venido a agudizar el problema, porque en Oriente –también en el pueblo judío‑ sigue vigente la ley del talión. Es más: no se trata ya de un simple e igualitario “ojo por ojo”, sino que las represalias llegan a ser notoriamente desproporcionadas.

                        Aparte del grave atentado contra la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo, Francia ha conocido recientemente otras manifestaciones de violencia, como la agresión a soldados en pleno centro de Niza, en una arteria comercial populosa, delante de un centro comunitario judío, sede discreta del Consistorio israelita local, Radio Shalom y una asociación judía. El autor, Moussa Coulibaly, musulmán de nacionalidad originaria francesa, se ha hecho quizá más notorio, porque otra figura de la sátira local, Dieudonnée M'Bala M'Bala, más bien antisemita, está a punto de ser condenado por apología del terrorismo tras escribir en Facebook: “Je me sens Charlie Coulibaly”. Éste, durante su detención preventiva en Niza, sólo rompió su silencio para gritar su odio a Francia, a la policía, a los militares y a los judíos.

                        Más grave síntoma me parece la reacción jordana tras la terrible ejecución de un piloto de caza capturado a finales de diciembre por los yihadistas del Estado islámico: fue quemado vivo. De entrada, el rey Abdullah firmó la orden de ejecución de dos terroristas de Al Qaeda condenados ya judicialmente a muerte. Pero no le pareció suficiente, y decenas de aviones bombardearon objetivos islamistas en Iraq y Siria: teóricamente, contra campamentos y depósitos de municiones, pero causaron quizá más de cincuenta muertes entre la población civil de Mosul.

                        A la vez, el gobierno sirio respondía a una lluvia de obuses lanzados por los rebeldes contra la capital, que causaron varios muertos, con raids aéreos dirigidos a posiciones próximas a Damasco: habrían muerto más de sesenta personas, incluidos doce niños.

                        Contrastan esas reacciones con la actitud religiosa y solidaria de millares de jordanos, que acudieron a la ciudad natal del piloto, para presentar su condolencia a la familia con respeto y en silencio: sólo se oían las campanas de las iglesias del país, que repicaban a muerto.

                        En conjunto, el mundo árabe ha reaccionado contra la bárbara ejecución del piloto jordano. Entre las condenas, destaca la del imán de la mezquita universitaria egipcia de Al Azar, máxima autoridad del islamismo sunita. Considera satánicos a los terroristas del EI, y afirma que la doctrina musulmana prohíbe ese tipo de acción, aun en tiempos de guerra. La sanción coránica contra esos actos es la muerte, la crucifixión, o la amputación de manos y pies.

                        Ese extremismo religioso no facilitará la concordia: agravará los conflictos. Ciertamente, será cada vez más difícil superar la espiral de la violencia. Sería precisa una profundización racional en las doctrinas coránicas, para establecer lazos interreligiosos que permitieran progresar hacia caminos de paz y concordia.

                        Lo señalaba al semanario italiano Tempi.it un sacerdote católico de Amman. No duda de que “la solución intelectual y política es lo mejor”. Pero, para entender la respuesta fuerte y decidida de los jordanos, se debe tener en cuenta que allí rige la ley y el orden. Cristianos y musulmanes conviven en paz. La situación es muy distinta de Iraq, Siria y Libia, donde terroristas e islamistas han capitalizado a su favor la “primavera árabe”, apoyada por Occidente. Concluye con una llamada a la prudencia: “No queremos que nuestro país acabe como Siria o Iraq”.

 

                        En fin, como escribe el editorialista de Le Monde, 6-2-2015, “hay una diferencia entre la ignominiosa escenificación del EI y la ejecución de penas legales, pero cuando el estado de derecho se asemeja a la ley del talión, el conjunto de sus valores están siendo socavados. Es una victoria de aquellos a quienes se pretende combatir, porque han conseguido imponer su lógica asesina”.

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