La línea roja de la confusión sobre Siria

Se vuelve a cumplir en torno a Siria el viejo principio de que la verdad es la primera víctima de las guerras. A pesar de contrastar informaciones procedentes de fuentes diversas, no es fácil saber qué está ocurriendo en aquel país, situado en el epicentro del Oriente Medio.

Dentro de la confusión, veo algunos datos dominantes verosímiles: el presidente de la república Bachar al Asad no está dispuesto a ceder ni a abrir ningún tipo de conversaciones políticas de futuro; crece de día en día la influencia de las facciones rebeldes islamistas más radicalizadas; en consecuencia, se agrava la situación de las minorías y, muy en concreto, de los cristianos: aparte de la destrucción de lugares de culto, no se puede olvidar el secuestro de dos obispos ortodoxos.

Mientras Obama y los líderes europeos siguen dudando, Israel habría tomado la iniciativa –no confirmada por Tel Aviv‑ de bombardear algunos blancos militares en Siria, con el objetivo de impedir el supuesto envío de armas ‑¿químicas?; ¿lanzaderas de misiles?‑ a la milicia libanesa de Hezbollah. Una vez más, el Estado israelí parece ir a lo suyo, sin importarle demasiado contribuir a una mayor desestabilización de la zona.

Durante su visita a México, el presidente Barack Obama ha reiterado su pragmatismo: adoptará medidas en función de los hechos, pensando en el interés de EEUU. De momento, excluye enviar tropas a Siria, aunque remarca el posible uso de armas químicas –tan difícil de comprobar‑ como una "línea roja" que le llevaría a modificar su actual opción.

Todo se complica por la confesión de Al Nusra, uno de los principales grupos rebeldes, de su conexión con Al Qaeda. No parece que Washington vaya a asumir el riesgo de enviar armas a la oposición siria, que podrían acabar en manos de grupos terroristas. Por su parte, la presencia dominante de estos en algunos lugares, sirve de justificación al ejército de Al Asad para realizar bombardeos que causan auténticas masacres.

De hecho, cientos de familias sunitas huían el sábado de Banias, una ciudad en el noroeste del país, por temor a bombardeos letales, como los sucedidos en lugares vecinos como Bayda. La información llegaba a través de videos grabados por milicianos y difundidos por el Observatorio sirio de los derechos humanos: presentan decenas de víctimas, la mayoría civiles, provocadas por ejecuciones sumarios y por los últimos bombardeos.

Por otra parte, se han difundido a lo largo de abril muchas sospechas de la utilización de armas químicas, también por parte de los rebeldes, según la antigua fiscal del TPI Carla del Ponte. Se apoyan en fotos y videos en que se ve a rebeldes, aparentemente sin heridas, que se ahogan y vomitan; otros muestran proyectiles cilíndricos lanzados desde helicópteros. Alguna foto llegó a la portada de The Times, con la consiguiente reacción de David Cameron. Pero, de momento, los análisis efectuados –algunos, en la vecina Turquía‑ no son concluyentes. Podría tratarse de armas no letales, que emplean sustancias intermedias entre los lacrimógenos y los auténticos gases de guerra. En el imaginario colectivo, reaparece el discurso de los tiempos de Bush sobre armas masivas en Iraq, desmentido años después. Y explica la cautela de Obama a pesar de su énfasis sobre la "línea roja".

Como resumía Le Monde el 4 de mayo, la cuestión de las armas químicas resume el conjunto de la gestión del conflicto sirio: "De una parte, el régimen verifica el déficit de la comunidad internacional, y organiza luego la trivialización de la escalada de violencia mediante una gradación estudiada. De otra parte, las democracias occidentales enuncian principios que no pueden –o no quieren‑ llevar a la prácticamente ulteriormente, gestionando sus contradicciones con una mezcla de agitación diplomática y declaraciones espectaculares".

Mientras no se demuestre fehacientemente el uso masivo de armas no convencionales –no es nada fácil, pues no es posible realizar investigaciones dentro de territorio sirio-, ningún Estado occidental se decidirá a intervenir. Y la situación favorece a los grupos próximos a Al Qaeda, que dan prioridad –como antes, en otros escenarios‑ a las acciones humanitarias en servicio de la sociedad civil. Al Nusra se está convirtiendo en un Estado dentro del Estado, aumentado su prestigio, con efectos negativos para el futuro de las demás minorías. Resulta una triste instrumentalización del caos que sufre el país. Como reconoce Peter Maurer, presidente del comité internacional de la Cruz Roja: "nuestra capacidad de ayuda ha aumentado de modo aritmético mientras que las necesidades crecen de modo exponencial. Hacemos más cada día, pero tenemos la sensación de hacer menos".

 

Occidente debería centrarse, en lo posible, en esa labor humanitaria, sin intervenir en la guerra civil, aunque exigiendo al Régimen y a la oposición el respeto de las minorías. También para evitar que se repita la triste experiencia de Iraq, sumido en el caos y la violencia una década después de la caída de Sadam Husein.

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