Del maniqueísmo al politeísmo en el Olimpo político
Tras las elecciones regionales de Brandemburgo, sólo algunos observadores más perspicaces, como Helena Vallejo en Aceprensa, no se han quedado en el dato de que la extrema derecha no ha conseguido superar al clásico partido socialdemócrata. Ha analizado el éxito del nuevo partido de Sahra Wagenknecht, que alcanza la tercera posición, como antes en Turingia y Sajonia. De momento, sus siglas están demasiado personalizadas, como BSW, Bündnis (Alianza) Sahra Wagenknecht, con el añadido de Razon y Justicia.
SW se autodefine como izquierda conservadora alemana. Procede del comunismo, y luego del ala izquierda escindida del SPD, Die Linke, de la que fue vicepresidente. En enero fundó el nuevo partido, que tiene un enfoque original, pues contempla objetivos hasta ahora repartidos entre las principales formaciones políticas de occidente. En cierto modo, y antes de Peter Sloterdijk, recuerda el sincretismo de Daniel Bell, que se consideraba liberal en política, socialista en economía, conservador en cultura.
El nuevo partido es conservador en un sentido amplio de la palabra, referido a la importancia de las tradiciones, a la oposición a la inmigración masiva o a la defensa de la cohesión de la nación alemana. Le importa más el conjunto del país que los intereses de minorías, que juzga como pequeñas y estrafalarias. Y se opone a los empeños de reeducar a la población con la imposición de enfoques “woke” o de género, que limitan la libertad de expresión.
No es fácil prever el futuro de este partido. Ha arrancado con fuerza, quizá porque atiende a la inquietud de tantas personas que no se sienten representadas por las formaciones políticas hasta ahora mayoritarias. Tras períodos de alternancia en el poder, se han visto obligadas a gobernar –o a intentarlo- en coaliciones no siempre estables, que han separado a los líderes de sus ciudadanos y, en cierta medida, ha justificado la creciente abstención.
No sé si el desencantamiento teorizado por Max Weber como fruto de la racionalización podría aplicarse o no a este nuevos fenómenos sociales. Desde luego, observó que, tras la caída del antiguo régimen, individuos y sociedades se enfrenta a una pluralidad de valores en conflicto e, incluso, radicalmente incompatibles entre sí. Paradójicamente, la llamada muerte de Dios acabaría en un nuevo politeísmo: como en el Olimpo, múltiples dioses coexisten con diferentes esferas de influencia entre sí y cara a los humanos.
A esto se une la modificación del estado y significación de las ideas en su origen o cuando se alejan de su fuente. Como me decía Leonardo Polo (cfr. La dignidad humana ante el futuro, volumen 36 de sus obras completas), se evaden de su contacto con la realidad y empiezan a querer valer por sí mismas, se extrapolan: ideas anónimas a las que se recurre, pero no se sabe exactamente a qué responden y, por lo tanto, ofrecen una gran tendencia a la “extravagancia” en el sentido más propio del término: empiezan a vagar, y se van transformando, aunque no siempre, en eslóganes.
En cualquier caso, y aun a riesgo de intensificar los relativismos, me parece positiva la superación del pensamiento dicotómico que sigue estando presente en las batallas políticas de nuestro tiempo, como se comprueba estos días en Estados Unidos. Prevalecen estereotipos y simplificaciones que polarizan la sociedad y hacen cada vez más problemática la convivencia pacífica en cada país y en la comunidad internacional.
En esa línea sitúo un amplio reportaje de Le Monde que, para valorar el alcance de la voluntad política del presidente Macron y del gobierno de Michel Barnier ha repasado con todo detalle cómo votaron los nuevos ministros, cuando eran diputados o senadores, sobre las leyes “de sociedad”: el matrimonio para todos, la procreación médica asistida, la constitucionalización de la libertad de la mujer, la violencia sexual, las terapias de conversión, el apellido de los hijos.
En la historia reciente han ido cambiando las dicotomías que configuran la imposibilidad de acuerdo entre contrarios irreconciliables como antiguos-modernos; amigo-enemigo; capitalismo-comunismo; progresistas-reaccionarios; rojos-fachas; apocalípticos-integrados; nosotros-ellos... Al cabo, el viejo maniqueísmo que cree en la lucha continua entre el Bien y el Mal.
No han faltado intentos de cierta síntesis, como el socialismo liberal de la tercera vía de Tony Blair y algunos socialistas europeos; o el republicanismo compasivo de George Bush. Fueron tal vez efímeros, porque estaban más bien en la línea del marketing político. Desde luego, algunas dicotomías, aunque parezcan en desuso, acaban siempre reapareciendo: el sí nunca será no, ni la verdad, mentira.