Un momento esperanzador para el futuro de las organizaciones internacionales

Según los resúmenes de prensa, el discurso de Volodímir Zelenski ante la asamblea general de la ONU fue emotivo y un tanto patético, porque reflejaba una necesidad urgente de paz, que la organización no puede conseguir, a pesar de constituir su fin esencial. El presidente de Ucrania argumenta con razón que Rusia ha violado completamente la soberanía de un Estado libre. Pero la aceptación de la soberanía estatal es justamente el talón de Aquiles de los organismos internacionales.

El clásico lema si vis pacem para bellum –lo recuerdo de mi visita hace muchísimo tiempo a la Academia General de Zaragoza-, queda destrozado cuando una potencia poderosa desencadena las hostilidades. Sería incongruente una intervención bélica por parte de la ONU, además de imposible a corto plazo, porque no tiene un ejército propio: de hecho, suelen proceder de diversas naciones las fuerzas de interposición en los conflictos, en intento de asegurar una tregua, en espera de que la diplomacia consiga la paz.

En casos como el actual de Ucrania, sólo cabe la resistencia, que puede crecer con la ayuda material y humana de países no beligerantes. Tiene el riesgo, como es bien sabido, de alargar los conflictos casi indefinidamente, como sucede desde hace unos diez años en Siria. Pero no se ve otra salida, por mucho que duela la injusticia.

No puedo por menos de recordar las escenas de los tanques rusos entrando en las calles de Praga, ante la impotencia de los ciudadanos. Se me saltaban las lágrimas al terminar la proyección de La confesión (L’aveu), de Costa-Gravas, basada en el libro de Artur London, viceministro de Asuntos exteriores de Checoslovaquia, condenado en 1952 a cadena perpetua en el llamado proceso Slansky, rehabilitado en 1956 y nacionalizado francés años más tarde. Salvo error por mi parte, nunca dejó de ser comunista, aunque se opusiera con claridad al estalinismo.

Antonio Argandoña evocaba en su blog un discurso de Václav Havel, presidente de Checoslovaquia tras la caída del Muro. Refería que los gobiernos de su país se enfrentaron a grandes amenazas militares, aun sabiendo que no tenían medios para vencer: la invasión nazi, la ocupación rusa tras la segunda guerra mundial, los tanques que agostaron la primavera de Praga en 1968. Sólo la historia les dio la razón.

Ojalá no se repita en Kiev. Ojalá también que las grandes potencias se decidan a abordar la reforma de la ONU en la que tanto empeño pusieron en su día, sin éxito, sucesivos secretarios generales desde el siglo pasado. Poco ha cambiado desde que en 2001 le fuera concedido el Premio Nobel de la paz. Las grandes potencias, la UE, la OTAN y, en menor medida, la Unión Africana, han tenido mayor protagonismo que la ONU ante los abundantes conflictos regionales de estos últimos años. 

Sigue siendo utópica la esperanza de un gobierno mundial garante de la paz y la seguridad del mundo, así como del cuidado del planeta ante las consecuencias del cambio climático o de políticas nocivas para el medio ambiente. Pero, en cierto modo, todo el derecho internacional es utópico, a falta de un tribunal competente para hacer cumplir las normas con la coactividad propia de los ordenamientos jurídicos: es el caso, positivo, del Tribunal de la UE con sede en Luxemburgo; no del Tribunal penal internacional, con sede en La Haya, aunque ha realizado una encomiable labor desde su creación por el tratado de Roma de 1998, como sus precedentes respecto de la antigua Yugoslavia y Ruanda. 

Su competencia no alcanza, sin embargo, a posibles crímenes cometidos por Estados que no aceptan el tratado de Roma: China no se adhirió; Moscú lo firmó, pero salió luego del acuerdo, quizá para evitar ser encausado por desmanes como los cometidos desde Georgia en 2008; Bill Clinton lo firmó en diciembre de 2000, poco antes de abandonar la Casa Blanca en diciembre de 2000, pero no me consta que se haya ratificado. 

No se puede olvidar la prepotencia de los presuntos autores de genocidios, crímenes contra la humanidad o delitos de guerra. Se opondrán siempre a ser juzgados. De momento, al menos, la asamblea general de la ONU ha suspendido la presencia de Rusia en el Consejo de derechos humanos, con sede en Ginebra. Y no parece que sirva de mucho en la práctica la jurisdicción universal, admitida en diversos ordenamientos, como el español. Pero, ante la magnitud de la tragedia ucraniana, es quizá tiempo de soñar, con Abrahán y san Pablo, in spe contra spem

 
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