Necesidad de nuevos modelos para superar las crisis

Puede parecer pretencioso, pero mi impresión es que asistimos a un agotamiento crepuscular de grandes modelos históricos, con manifestaciones diversas en oriente y occidente. Tienen un denominador común: la minusvaloración de la persona y de sus libertades y derechos básicos.

Estos rasgos denotan cierto ocaso del pensamiento de fondo, relegado por el espíritu práctico, la inmediatez derivada en su conjunto de las nuevas tecnologías de la comunicación, los miedos –con alta dosis de visceralidad- ante el cambio climático, la expansión de la pandemia, el parón económico.

No es fácil analizar de veras lo que sucede en la órbita oriental, caracterizada en su conjunto por una tendencia a la opacidad, que la distingue netamente de los países occidentales. Desde esta perspectiva, Rusia se sitúa más al este que al oeste, a pesar de sus relaciones no siempre claras ni mucho menos con China, la India o, en general, el sudeste asiático. 

Buena parte de los dirigentes orientales siguen afirmando su oposición a una democracia ajena a sus tradiciones culturales, que sería impuesta por occidente. Piden un respeto para su posición que en modo alguno conceden a sus propios ciudadanos. Desde luego, no se trata de imponer un sistema –por muy superior que sea desde la perspectiva de los derechos humanos-, sino de no renunciar a la defensa de la dignidad de la persona, que, en rigor, no puede confundirse con el individualismo, porque forma parte del deseable bien común de toda sociedad.

Justamente por ese olvido –o simple paréntesis-, puede lesionarse gravemente la dignidad humana en occidente, tocada por un excesivo culto a lo individual y por criterios económicos rígidamente ligados al afán de lucro. La ventaja radica en la existencia de climas propicios a la transparencia, que permiten que, antes o después, se pueda corregir el rumbo.

Así, en Estados Unidos, junto a los diversos “despertares” que cuajan en incrementos de intolerancia –también y sobre todo en las universidades-, surgen diagnósticos y propuestas de futuro, como corresponde también a esta época del año.

El actual marasmo de la democracia en los Estados Unidos no acaba de recibir respuesta adecuada de los dirigentes de los dos grandes partidos políticos clásicos. Parecen centrados en la mera lucha por el poder, con secuelas impensables, como el 6 de enero del 21, y la gran incertidumbre de las próximas elecciones de noviembre, en la mitad del mandato presidencial.

Una manifestación que debería hacer pensar mucho más es la caída de la esperanza de vida, que venía creciendo desde el final de la primera gran guerra. El declive comenzó en 2015. En 2020, esa esperanza de vida de los nacidos en Estados Unidos es de 77 años (74,2 para los varones, 79,9 para las mujeres). El cambio no se debe sólo a la pandemia, porque siguen aumentado las enfermedades cardíacas y cerebrovasculares, y los distintos tipos de cáncer –sin excluir que el propio virus podría haberlos acelerado-; al covid-19 se le asigna la tercera posición como causa de muerte. Pero, sin duda, se han acelerado la mortalidad y el descenso de nacimientos, hasta el punto de que la población –en torno a 332 millones- creció sólo un 0,1% de julio de 2020 a julio de 2021, según la oficina del censo estadounidense.

Se impone reflexionar sobre las variadas causas señaladas por los expertos: la accesibilidad del sistema de salud, la violencia física, la política medioambiental, la alimentación y la obesidad, la incidencia del tabaco y el alcohol, la tendencia real al suicidio y la eutanasia, o el incremento del consumo de drogas opiáceas. El estilo de vida produce de hecho un avance de las dolencias de la desesperación: sobredosis, alcoholismo y suicidio. por otra parte, la sociedad vive un proceso de ostensible envejecimiento, así como de una significativa secularización -a pesar de lo difícil que resulta la precisión de la sociología religiosa-, según la última encuesta del Pew Research Center sobre la religión en EE.UU. (casi el 30% de los encuestados no se identifica con ninguna religión en particular, frente al 16% en 2007; y muchos se preguntan si las iglesias estadounidenses volverán a los niveles anteriores a la pandemia). 

 

Aunque se habla mucho de hitos recientes –Berkeley, Vietnam, 11/9-, es muy probable que la recuperación de la crisis del 1929 obligase a la sociedad americana a abandonar o poner en sordina enfoques globales radicalmente propios. Desde entonces, han ido perdiendo fuste valores fundacionales de esa gran nación. La esperanza está en la salida de la actual crisis intelectual en línea con la importante declaración de la Universidad de Chicago en 2016.

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