Opciones culturales de fondo para afrontar un futuro incierto

    No hace falta subrayar el fracaso del pensamiento débil, de la cultura postmoderna. La aceptación del “todo vale” es camino inevitable a las dictaduras, porque elimina los posibles controles intelectuales del poder: todo se reduce a voluntarismo, es decir, a la posibilidad de imponer o no una fuerza determinada, sin limitaciones de fondo, porque el fin justifica los medios.

    Le Monde ha hecho un gran esfuerzo informativo sobre COP26: prácticamente un diario de Glasgow dentro del vespertino de París. La imagen que deja, a pesar de golpes de efecto, como la aparente concordia entre Washington y Pekín, es más bien decepcionante. 

    Se ha creado un clima dogmático sobre algo en sí no permanente: ni siquiera Emmanuel Macron –experto en conciliar contrarios- ha sido capaz de ofrecer un cambio... inmutable, especialmente cuando se acercan en Francia las elecciones presidenciales. Pero la unanimidad acerca del calentamiento del planeta se hace añicos cuando se decide sobre los medios necesarios para alcanzar los objetivos propuestos en el discurso global: cada uno defiende sus propios intereses, como si el problema no fuera de todos.

    Los debates de Glasgow resultan, a mi entender, paradigmáticos de las profundas contradicciones culturales de la sociedad contemporánea. No puede ser quizá de otro modo, desde la perspectiva pragmática que excluye la reflexión y fundamentación filosófica sobre el sentido profundo de las acciones humanas.

    Para convivir en paz y concordia no es necesario estar de acuerdo en los grandes enfoques de la vida humana: justamente el rigor de las propias convicciones permite un diálogo sincero, que puede llevar a conclusiones comunes vivas y eficaces, a pesar de las diferencias en principios y fundamentos. Lo advirtieron en su día los redactores -personas de credos distintos, a veces antagónicos- de la declaración universal de derechos humanos de 1948. Lo sintetizó Jacques Maritain años después: “Estamos de acuerdo sobre esos derechos con tal de que no se nos pida fundamentarlos”. Sin embargo, ese texto, a juicio de Juan Pablo II, fue “una piedra miliar en el camino del progreso moral de la humanidad”.

    En Estados Unidos se habla y escribe mucho sobre “guerra cultural”, y tanta gente piensa en una especie de “guerra fría 2.0”, que hace temblar a escritores tan populares como Ken Follet, ante el riesgo de una tercera conflagración mundial. Para no caer en lo apocalíptico, se impone repasar los pacifismos de entreguerras del siglo XX y, sobre todo, los  grandes documentos y proyectos de su segunda mitad, tras el armisticio de 1945.

    Pueden ser caminos para superar aquel rasgo que tanto inquietaba a Paul Ricœur: “el nihilismo de una sociedad que, como un tejido canceroso, no tiene otra meta que su propio crecimiento". Hace falta una auténtica revolución cultural, que cuestione la visión del mundo, la concepción de la vida, subyacente a las relaciones económicas, políticas y humanas. Si no, seguiremos navegando entre contradicciones evidentes, señaladas por grandes sociólogos del siglo pasado, desde perspectivas muy diversas. Muchas afloran a diario, en Glasgow, o en los debates políticos transitorios de cada país, porque coexiste lo mejor y lo peor en una especie que Edgar Morin se atrevió a definir como homo sapiens demens.

    Tal vez no sirvan ya sincretismos a lo Daniel Bell –siempre lleno de sugerencias-, que se autopresentaba como liberal en política, socialista en economía y conservador en cultura. Porque la invasión de las estructuras oficiales y de los big data penetra de tal manera en la vida ordinaria, que la convivencia exige respuestas de conjunto. Y no pienso en soluciones totalitarias o populistas, sino en enfoques abiertos, también a la trascendencia, a partir de un concepto clásico de la libertad humana. Porque la experiencia ha mostrado hasta la saciedad la paradoja que describió en el siglo pasado un corresponsal de Le Monde en Suecia –no consigo recordar el nombre-: el totalitarismo de la sociedad permisiva. 

 
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