La perplejidad de la socialdemocracia en tiempos de crisis

Más allá de las veleidades progresistas, tan ligadas a la mentalidad postmoderna desde la segunda mitad del siglo XX, a los movimientos y partidos de izquierda les ha pillado el conflicto ruso-ucraniano con el pie cambiado, si se exceptúa quizá la socialdemocracia de los países nórdicos, así como el SPD alemán, que ha reaccionado con prontitud.

En las naciones escandinavas, tras largos períodos en el poder, mantenían la supremacía por la mínima o debieron dejar paso a formaciones conservadoras. Más recientemente, han vuelto al poder, pero gobernando en minoría o en coalición con partidos centristas o ecologistas: no llegan al 30% de los votos en ninguno de los cuatro países (desde el 28,3 de Suecia al 17,7 de Finlandia). Sólo en España, salvo error por mi parte, llegaron al gobierno, y lo conservan, con el apoyo de grupos antisistema, no democráticos, en denodado esfuerzo por sobrevivir.

Los universitarios no comunistas de los sesenta, regábamos la pertinaz sequía política tardofranquista con ilusiones –pronto fallidas- que provenían de la propaganda del régimen de Tito, y sus señuelos de autogestión y no alienación; sobre todo, de la realidad histórica de los modelos del norte, que consolidaban el Estado del bienestar, defendían la economía mixta y resolvían los problemas sociales a base del diálogo de los agentes sociales, sin apenas intervencionismo en este campo.

No sin dificultades resistieron la ola neoliberal –siempre asociada a dos nombres: Margaret Thatcher, Donald Reagan-, que reflejaba también ese rasgo de la cultura postmoderna que rechaza absolutos en nombre del individuo. La prioridad de la persona sobre el Estado chocaba directamente con las principales bases sustentadores de los socialismos. Abocaba casi necesariamente a la confrontación, aunque afirmase el pacifismo y un igualitarismo más bien fruto de la mera envidia. A pesar de éxitos iniciales, la “tercera vía” de Tony Blair o el breve “socialismo liberal” de François Hollande, contribuyeron más bien a desdibujar sus orígenes y su fuerza histórica.

La pandemia que no cesa ha mostrado la necesidad de soluciones colectivas a los problemas de todos, aunque permanezcan individualistas recalcitrantes como el movimiento antivacunas: paradójicamente, son amparados por la derecha más radical, como se comprueba, por ejemplo, en Italia, Francia o, incluso, Estados Unidos.

En ese contexto, cabría esperar un resurgir de los planteamientos partidarios de más solidaridad y contrarios a la desregulación de la economía de mercado. Ciertamente, el concepto de bien común no coincide con el de interés general, ni exige necesariamente ampliar las competencias de las administraciones públicas. La realidad es que, en tantos países, la gestión de la pandemia se salda con un significativo crecimiento de la impopularidad de los gobernantes. A la posible pervivencia del argumento postmoderno, se suma con relativa frecuencia la crítica personal de los líderes, tantas veces alejados de las realidades sociales: como escribía irónicamente Nicolas Truong en Le Monde, para cambiar el mundo, la izquierda debe cambiar de mundo... Es decir, atender las necesidades reales, no teóricas, de la sociedad actual: al menos, para no distanciarse de sus votantes tradicionales.

En parte, ese objetivo implica un endurecimiento en la regulación de las inmigraciones y el derecho de asilo. Coinciden así, en gran medida, con las tesis de la extrema derecha xenófoba. Por otra parte, omiten la necesidad de mano de obra, consecuencia del invierno demográfico. Se justifican en la defensa de los trabajadores y de las personas con renta más baja. La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, lo expresó con claridad: “Una sociedad con un estado de bienestar universal, con acceso libre e igualitario para todos a la sanidad, la educación y el bienestar, no es compatible con una política migratoria abierta”. También en nombre de trabajadores y agricultores se intenta dar respuesta a los desafíos climáticos mediante una “transición justa”, una “reindustrialización verde”...

Pero buena parte de estos criterios han entrado en crisis con la invasión de Ucrania: el cambio de criterio de la coalición alemana resulta paradigmático. La experiencia muestra que las grandes crisis –salvo errores inexplicables, como los cometidos en su día por Aznar y Rajoy- acercan a los ciudadanos a sus gobernantes: incluso, en Francia, donde, antes las inminentes presidenciales, parece más que probable la reelección de Emmanuel Macron, facilitada también por las grandes divisiones de la izquierda y de la extrema derecha, y por el aún deficiente tirón de la candidata centrista Valérie Pécresse. Pero casi todo puede cambiar en función del curso de los acontecimientos en la Europa oriental.

 
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