Lo políticamente impuesto llega a Oxford y Cambridge

Acto en la Universidad de Oxford.
Acto en la Universidad de Oxford.

Probablemente, tras el Brexit disminuya la presencia de estudiantes europeos en las hasta ahora prestigiosas universidades británicas. Pero también puede contribuir a su declive la actual connivencia con lo políticamente impuesto. Hasta el punto de que unos profesores han fundado una revista para garantizar la libertad de expresión frente al acoso de los guardias rojos de la ortodoxia biempensante. Nada que ver con el imaginario colectivo de mi generación ante Oxford o Cambridge.

He oído hablar ahora por ver primera de Jeff McMahan –americano de nacimiento, formado en Gran Bretaña, profesor de filosofía moral en Oxford-, y de su iniciativa para ofrecer espacio a quienes sufren la conspiración del silencio. No sé si saldrá adelante el proyecto, ni es fácil predecir su duración, porque el planteamiento es quizá demasiado abierto para un tiempo de crispaciones. Journal of Controversial Ideas desea acoger en sus columnas todo tipo de investigación científica, sin discriminaciones: desde el pensamiento conservador a los teóricos del infanticidio. El plan se resume en fomentar un debate sereno, ponderado y racional. Aunque el propio McMahan se planteó renunciar a su nacionalidad cuando fue elegido Donald Trump presidente de Estados Unidos…

No faltan hechos recientes que avalan la necesidad de esa defensa de la libre expresión. Hace un mes fue cesado del consejo de gobierno universitario el filósofo conservador Roger Scruton, a raíz de una entrevista en la que parecía hacer insinuaciones antisemitas respecto del imperio de George Soros en Hungría, y afirmaba que el gobierno chino está convirtiendo a sus ciudadanos en robots.

McMahan ha invitado a Scruton a formar parte del consejo editorial de la nueva publicación, aunque afirma que no son amigos. Sí lo es de otra persona que ha sido atacada recientemente, Francesca Minerva, cultivadora de la bioética en la universidad de Gante: recibió amenazas de muerte como coautora de un artículo que sugiere que si un aborto tardío de un niño perfectamente sano es legal, también debería serlo la muerte de un bebé recién nacido. El nuevo Journal fue idea suya. Invitaron luego al conocido Peter Singer, profesor de Princeton desde 1999, “padre” de los derechos de los animales… aun a costa de los humanos.

Como digo, el proyecto se enfrenta a muchas dificultades, comenzando porque no han encontrado de momento una editorial que esté dispuesta a arriesgarse. Por eso, los tres profesores han ido pagando los gastos de su bolsillo, y acaban de crear una fundación, que pueda recibir donaciones, limitadas en su cuantía (aún no definida). Muchos tienen miedo, no tanto a posibles procesos jurídicos, como a las protestas violentas de los oponentes.

Porque se aplican criterios aparentemente modernos, con una visceralidad agresiva, a situaciones históricas de otros tiempos. Así, en el debate oxoniense Rhodes Must Fall, contra la estatua del fundador de Rhodesia (hoy Zimbabue). Pero no se puede juzgar fuera de contexto histórico. Al cabo, Aristóteles justificaba la esclavitud y Thomas Jefferson tenía esclavos.

En otro sentido, no fue muy brillante la decisión de Balliol College hace dos años de prohibir la presencia del stand de una de sus mayores organizaciones estudiantes, la Unión Cristiana, en la feria dirigida a los futuros alumnos: la fe habría sido usada históricamente como excusa de la homofobia y de ciertas formas de colonialismo; sobre todo, podría lesionar la sensibilidad de grupos marginales y desfavorecidos… Por paradoja, Balliol nació en 1263 bajo los auspicios del obispo de Durham.

También Cambridge padece el síndrome de sus vínculos con la trata de esclavos. En mayo, una campana expuesta en el St Catharine's College fue retirada ante la sospecha de que pudo ser utilizada en una plantación de esclavos. Trevor Phillips, ex presidente de la Comisión para igualdad y derechos humanos, cuyos antepasados fueron llevados de África a la Guayana Británica y Barbados, instó a las autoridades académicas a “cambiar el futuro en vez de intentar reescribir el pasado”. Pero no parece que el camino acertado sea plegarse a protestas, como las que llevaron a suspender el ciclo al que habían invitado al conocido profesor canadiense Jordan Peterson. O de sustituir, en la enseñanza de la literatura, a escritores blancos por otros no occidentales, para “descolonizar” los programas.

Triste sería imponer modas intelectuales –inevitablemente pasajeras- en las universidades británicas o en tantas otras de occidente, grandes precisamente por su libertad académica.

 
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