De las dos Polonias a las dos Américas

Donald Trump.
Donald Trump.

Hace poco más de un mes se celebró la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Polonia. Fue reelegido el conservador Andrzej Duda, con una diferencia pequeña respecto del alcalde liberal de Varsovia Rafal Trzaskowski. En algunos medios internacionales se destacó este gran avance de la oposición, como símbolo de lucha por la democracia contra el llamado iliberalismo, a diferencia del notorio predominio del partido de Viktor Orbán en Hungría. En cierto modo es así, porque el domingo 12 de julio reflejó una participación del 68%, la más elevada desde los comicios de 1989, en momento históricos del derrumbe comunista. 

La oposición no ha dejado de criticar el uso y abuso de los medios de comunicación públicos por parte del partido en el poder, Derecho y justicia (PiS), una situación por lo demás bien conocida en otros países, como la propia España, tanto en el ámbito estatal como en el de las comunidades autónomas. 

Ese control tiene menos influencia, como es habitual, en las grandes ciudades que en las pequeñas y en el campo. La diferencia se produce sociológicamente también en otros estados occidentales, por lo que no parece que sea coherente hablar “de dos Polonias”, ni justo conceder a una sola de las dos el marchamo de “democrática”. Es una tendencia que recuerda mucho las repúblicas populares sufridas en otros tiempos y lugares. 

Algo semejante paradójicamente está sucediendo en los comienzos de la campaña electoral de Estados Unidos, lanzada especialmente tras la convención del partido demócrata en Milwaukee. No me ha parecido nada ejemplar la requisitoria de los Obama contra Trump, en nombre de la democracia: no recuerdo nada semejante por su virulencia –aunque no soy especialista- de otro presidente de Estados Unidos contra el sucesor al cabo de su primer mandato. 

Cuando Barack Obama lanzó su discurso el miércoles 19, habían sido ya enviados a los medios por la oficina de prensa amplios extractos de su contenido, especialmente los ataques a Donald Trump. La reacción no fue menos vehemente: repitió ideas repetidas, en el sentido de que el responsable de su elección fue el “primer afro-americano” que ocupó la presidencia de Estados Unidos, por el conjunto de fracasos que le hicieron negativo e ineficaz. 

La acusación más grave de Obama contra Trump afectaría a su déficit de sentido democrático, aunque no llega al extremo de Bernie Sanders, que comparó el actual momento histórico con el de la Alemania nazi; el reto de noviembre es la “salvaguardia de nuestra democracia”. Según mi traducción, Barack Obama habría dicho que no esperaba que abrazara su visión ni siguiera sus políticas, pero sí “esperaba, por el bien de nuestro país, que Donald Trump mostrara algún interés en tomar su trabajo en serio, acabase por sentir el peso del cargo y descubriera alguna veneración por la democracia que había sido colocada bajo su protección”. Y añadió: “pero no lo ha hecho nunca”. De ahí el espacio dedicado en el discurso a demostrar que un segundo mandato representaría un peligro esencial para los fundamentos de la democracia americana. 

Por lo demás, no parece muy democrático utilizar en el debate partidista la terrible extensión de la pandemia causada por el coronavirus, cuando nadie puede establecer hoy, con datos científicos y racionales, cuál es la mejor política. Otra cosa son las posibles mentiras, pero nunca ha llegado Trump a falsedades como la de ampararse en consejos científicos que no existían, como por estos pagos. 

La candidatura del partido demócrata parece abonada a continuar la política de apoyo sin fisuras a las minorías, sin la menor crítica a los abusos de éstas, que son quizá hoy la gran amenaza de las democracias occidentales. Por ahí va el acento de su campaña, junto con la descalificación radical del actual presidente. Sobre Joe Biden se ciernen muchas dudas e incertidumbres –no podía ser de otro en un político de tan larga trayectoria-, que sólo el tiempo aclarará. De momento, y a pesar del tono moderado y centrista –reconciliación frente a polarización-, la realidad es que su programa, a juicio de muchos, también de quienes lo elogian, es el más radical desde los tiempos de Roosevelt, camino de una revolución verde, sanitaria y social. Y la convención de Milwaukee ha añadido una fuerte carga revanchista. Por su parte, Donald Trump sigue en sus trece, con el lema de la convención republicana que comienza este lunes -“Honrando la gran historia americana”-, en clara continuidad con el “Volver a hacer América grande” de la campaña de 2016. Y no deja de asustar con el “caos” que se organizaría de vencer Joe Biden. 

La suerte de no haber nacido en Estados Unidos libera de la seria responsabilidad de tener que elegir al menos malo: una muestra más de la inquietante crisis de liderazgo derivada de la más profunda crisis de civilización, agudizada en los tiempos actuales.

 
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