Posibles pautas para descifrar la situación de Ucrania tras un año de guerra

El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski.
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski.

         Se cumple el primer aniversario de una guerra no declarada. En la visita relámpago de Joe Biden a Kiev y Varsovia no se ha formalizado el conflicto, pero ese gesto es un espaldarazo a la cooperación de Estados Unidos en la defensa del mundo libre, a favor de Ucrania y en contra de Rusia.

         Muchos temíamos que, en el anunciado discurso de Vladimir Putin a la nación rusa, desvelase su posición actual, más allá de la diatriba contra la degeneración de un occidente que amenaza y odia a Rusia. No parece coherente temer a una potencia a la que considera en declive, hasta el punto de renunciar al tratado ruso-americano New Start sobre nucleares del 2010.

         A pesar de la barahúnda de discursos y desinformaciones, me atrevo a sintetizar los términos del problema, también con la ayuda de la tribuna analítica publicada estos días por uno de los grandes filósofos de nuestro tiempo, Jürgen Habermas.

         1. El punto de partida es la ilícita invasión de Rusia a territorio de otro Estado: en este caso, violación de las fronteras establecidas en 1991 tras el desmoronamiento de la URSS. Tras la rápida toma de Crimea 2014, que apenas suscitó resistencias, Putin esperaba otro paseo militar al lanzar los tanques contra el sureste de Ucrania. Despreciaba olímpicamente las sanciones económicas de occidente, único instrumento –claramente insuficiente- para disuadir a Rusia, miembro del consejo de seguridad de la ONU con derecho a veto.

         2. No se sostiene la justificación alegada por Putin: una operación para liberar a los habitantes rusos de esas regiones, oprimidos por Kiev. Ni pueden admitirse racionalmente los seudo-referéndums convocados en las zonas conquistadas para confirmar su carácter ruso. Unas consultas de ese estilo deberían haberse hecho, en todo caso, antes de una ocupación militar.

         3. La única opción para Kiev es la acción militar frente a una violación del derecho internacional: intentar parar la invasión y recuperar el territorio ocupado. El año de conflicto muestra que es posible, gracias al espíritu de los ciudadanos y a la ayuda de países occidentales.

         4. Poco o nada puede hacerse contra el terrorismo de Estado que, con bombardeos contra estructuras básicas y población civil, intenta socavar la moral de los invadidos: acatar las nuevas fronteras en un armisticio que evite la prolongación de la guerra, las pérdidas humanas y la destrucción.

         5. Los dirigentes de Ucrania apuestan por la victoria en el campo de batalla. No hay negociación posible con Moscú respecto de territorios soberanos desde 1991, aunque Putin los considere rusos con fundamento en una historia incompleta, que olvida la lucha de Ucrania por su plena independencia frente al imperio austrohúngaro o Polonia...

         6. A pesar del desgaste, no se espera la caída del presidente ruso, ni el cambio de una política demasiado nacionalista –incluso, imperialista- que oculta las carencias económicas y demográficas de una gran potencia.

 

         7. Más allá del pacifismo dominante en la cultura occidental, la sociedad tiene que prepararse para un conflicto de larga duración, como se ha visto en la Conferencia de Seguridad de Múnich (17 de febrero). En ese contexto, se ha evocado el precedente de la tragedia de Verdún en la primera guerra mundial. Aunque sea gravoso económicamente, se impone ayudar a Ucrania en su lucha por la libertad, también para asegurar en el futuro la de los países limítrofes con Rusia.

         8. China no está en condiciones, a pesar de las apariencias de poderío, de influir decisivamente para inclinar la balanza a favor de Rusia. Tampoco le interesa para su desarrollo económico, objetivo esencial del PC chino y de su líder Xi Jinping.

         9. Los países occidentales, y especialmente la UE, apoyarán a Ucrania a pesar de las consecuencias negativas para sus propias economías. Paradójicamente, el esfuerzo armamentístico ofrece por desgracia perspectivas halagüeñas, sobre todo, para Estados Unidos.

         En definitiva, no se ve opción real para negociar un armisticio, aun solo con el objetivo de evitar pérdidas irreparables: ninguna parte aceptará compromisos, y es lógico si el punto de partida es una violación clara del derecho internacional.

         La propuesta china para las negociaciones de paz incluye elementos positivos, especialmente, el toque de atención a Putin sobre el riesgo de una guerra nuclear. Es más, la apelación a la defensa de la soberanía, independencia e integridad territorial de los países podría entenderse como una llamada a Moscú a volver a la situación del 23 de febrero de 2022, compatible con la aceptación implícita del vitando “expansionismo” de la OTAN en Europa oriental. Pero no parece realista ni justa.

         Desde luego, los dirigentes que conservan línea directa con Putin deben exigirle la paz. Pero sin olvidar que la paz es fruto de la justicia: ser pacífico no implica renunciar a la libertad. 

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