La profunda paz de la familia que acalla las violencias

Es preciso superar estos días la tristeza que causan sucesos como los de Quintanar del Rey, o informes como los difundidos en Le Monde sobre el aumento de las violencias conyugales en Francia. Algo semejante se publica estos días en España y en tantos países, por la tendencia informativa a presentarnos en esta época del año infinidad de balances. 

Frente a tanto sensacionalismo y las correspondientes lamentaciones estériles, muchos pensamos estos días en tantos sucesos maravillosos e irrepetibles de la propia familia. Y quizá sentimos la pena de no saber grabarlos en la memoria, ni tampoco darlos a conocer, para difundir esa imagen real tantas veces difuminada por la relativa morbosidad que lleva a quedarse en la tristeza negativa. La verdad no siempre coincide con imágenes mediáticas ni con las mayorías demoscópicas, no necesariamente reales.

Nos olvidamos de que la familia suele ocupar el primer puesto en ese tipo de encuestas que tratan de calibrar la confianza o los deseos más profundos de los ciudadanos. No es cuestión de números. Si alguna realidad humana no es cuantitativa, es la familia. Ahí se es, no se tiene, ni se cuenta. Su carga entitativa es de tal porte que resulta indestructible: un padre puede desheredar a un hijo digamos pródigo, pero nunca dejarán de ser hijos ni padres; como nunca desaparecerá la condición de hermanos, por poco fraternas que parezcan en algún momento sus relaciones personales: en la familia nuclear, como en la extensa.

Justamente estos días, he releído la primera parte de un documento del papa Juan Pablo II de 1981, Familiaris consortio: hacía una descripción de las luces y sombras, de los signos positivos y negativos, con esa particular metodología de corte fenomenológico, típica del realismo pastoral y del universalismo de ese gran pontífice romano.

Se tiende a dar más entidad informativa a lo negativo, que no oculta ese documento, tampoco respecto del llamado Tercer Mundo: así, una equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí, que choca con la positiva conciencia de la importancia de la libertad personal;  cuando se entiende la libertad como solo independencia, produce aislamiento, porque, desde esta perspectiva –tan presente en la cultura contemporánea-, el amor se convierte en esclavitud.

Por ahí se explican –aunque no se compartan- el rechazo o las ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos, con las consiguientes dificultades que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de valores. Y por ahí va, muy probablemente, el no pequeño conjunto de patologías familiares, incluidas las letales.

Sin duda, la conciencia de la libertad es uno de los grandes valores humanos subrayados por la Ilustración, desde su propia esencia secular, no necesariamente secularizadora. Más bien, para superar la hipertrofia de un libre albedrío desarraigado de la profunda condición humana, se impone profundizar en la existencia y características del proyecto divino sobre el hombre, que transforma aparentes limitaciones o condicionamientos en cauce de plenitud antropológica. 

Aunque parezca paradójico ante las múltiples manifestaciones de progreso, el mundo contemporáneo refleja un serio déficit de libertad, que aflora en la diversidad y amplitud de conflictos, también en el plano familiar. Se impone reconstruir y amplificar con visión de futuro esa paz radical e íntima, con la ilusión de proyectarla en toda acción humana.

Y para quienes querrían hoy borrar o difuminar la esencia de la Navidad, citaré unas palabras antiguas y luminosas de Joseph Ratzinger: en esta época del año, se hace “visible el amor indefenso de Dios, su humildad y su bondad, que se exponen a nosotros en medio de este mundo y nos quieren enseñar en su propia manifestación una nueva forma de vivir y de amar. En el Niño Jesús se manifiesta de la forma más patente la indefensión del amor de Dios: Dios viene sin armas porque no quiere conquistar desde lo exterior, sino ganar desde el interior, transformar desde dentro. Si acaso hay algo que puede vencer al hombre, su arrogancia, su violencia y su codicia, es la indefensión del niño. Dios la asumió para sí a fin de vencernos y conducirnos así a nosotros mismos”.

 
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato