Radios y televisiones públicas ante la desinformación

Estudio de radio.
Estudio de radio.

Escribo al terminar la campaña electoral para la comunidad autónoma de Madrid. Y tras lo visto y oído –reconozco que no demasiado-, me gustaría que en la capital y en toda España se cumpliera lo que afirman, en una tribuna publicada en Le Monde el 28 de abril, los responsables de doce cadenas de radiotelevisión de países francófonos. Reconozco también que preferiría la desaparición aquí de ese tipo de medios –recuerdan en España a la antigua “prensa y radio del movimiento”-, entre los que incluyo organismos como el CIS. Pero del mal, el menos, tras la estela de la BBC, también discutible, porque no está exenta de fobias.

El escrito quiere conmemorar el quinto aniversario de la asociación Médias francophones publics, formada por once grupos presentes en Francia, Canadá, Bélgica y Suiza. Con este motivo, desean reafirmar algunos valores comunes y esenciales, que procuraré resumir.

En la difícil coyuntura sanitaria actual, abren con un punto de partida aceptable “a beneficio de inventario”, pero difícilmente trasladable a estos pagos: el gran papel de esos medios, para asegurar la veracidad. Consideran que con la expansión del virus, la crisis de sedes culturales y el cierre de escuelas y universidades -no mencionan el parón parlamentario de algunos países-, se iba difundiendo otra epidemia: la de la información falsa.

En ese contexto, los ciudadanos nos hemos hecho muchas preguntas respecto de las medidas adoptadas, activadas hoy en España ante la incertidumbre de la caducidad del estado de alarma: se anuncian decisiones imperativas de comunidades autónomas difícilmente compatibles con el orden constitucional democrático; dudo mucho de que un consejero de sanidad tenga competencia para limitar libertades básicas...

A juicio de los firmantes, los medios públicos de información habrían orientado adecuadamente a los ciudadanos, a modo de brújula ante la abundancia de dudas, desde los comienzos de la crisis. Lo confirmarían algunas encuestas de la Unión Europea de Radio-televisión y el Reuters Institute for the Study of Journalism: en el 65% de los países europeos y en Canadá, los ciudadanos confían en los medios públicos como difusores de información de calidad.

Mencionan también diversas iniciativas, entre las que destacan, a título de ejemplo, el programa Le Vrai du faux del canal de noticias 24 horas de FranceInfo, que comprueba a diario la veracidad de noticias verosímiles pero falsas. Sería una gran aportación a la lucha contra las infox, las fake news, es decir, las mentiras lanzadas a los diversos medios, con mayor o menor dosis de manipulación, dentro o fuera de campañas conspirativas. 

Estos grupos de comunicación son conscientes de sus limitaciones en un momento histórico en que crece la desinformación, con la consiguiente amenaza para un sistema democrático. Sienten la responsabilidad de garantizar una mayor transparencia en su propia praxis profesional, decisiva para mantener la confianza de los ciudadanos. Por esto, se proponen como prioridad apoyar a los educadores y a las familias, para que conozcan de veras “cómo se fabrica la información” y, por tanto, puedan distinguir la noticia del mero rumor. Se trataría de ir más allá de lo que están ofrecido a las familias durante la pandemia, a través de de programas de entretenimiento y apoyo educativo, así como de una cierta suplencia de cines, teatros, auditorios y museos cerrados.

Los autores de la tribuna que resumo rebosan complacencia con el trabajo realizado por los medios que representan. Desde luego, dibujan un panorama envidiable, porque son bienes esenciales de la sociedad la fiabilidad de la información, la educación continua, la transmisión de valores, la difusión de una cultura plural arraigada en las diversas identidades locales. Tienen toda la razón al afirmar que comprender el mundo en que vivimos significa estar armados para evitar las trampas de la infox, de la intoxicación informativa. El problema es cómo evitar experiencias –demasiado presentes en el mundo actual- en línea con la clásica descripción de Quevedo sobre “el alguacil alguacilado”.

 
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