El rechazo de la austeridad hace difícil gobernar Italia

En el fondo, y aparte de personalismos, también los franceses se mostraron contra la austeridad que venía de Berlín y dieron su confianza a François Hollande. El problema es que, al cabo de un año, el país está desconcertado, porque el nuevo presidente defrauda su esperanza, con el crecimiento galopante del paro y del déficit público.

Parecía lógico que una Italia más vitalista diera la espalda a Mario Monti. La confianza que venía de Bruselas jugaba en contra de unos ciudadanos que no se resignan a perder las ventajas del Estado del bienestar. Nadie quiere pagar los platos rotos. Pero no hay dinero para una nueva vajilla. Eso se sabe desde hace mucho tiempo en Europa, aunque sólo algunos gobiernos, comenzando por Alemania, decidieron arrostrar el riesgo de la impopularidad avanzando medidas que asegurasen un futuro menos incierto, aunque más sobrio.

No es difícil explicar a toro pasado los resultados de las recientes elecciones políticas en Italia. Frente a la austeridad, los votantes prefieren la indignación de los "grillini", o la resignada y confortante italianidad de Berlusconi, frente a los riesgos de la izquierda cambiante e imprecisa del partido democrático (no se olvide, heredero del antiguo y potente PCI).

Pero las urnas no han concedido mayoría clara a nadie, como se lee en el sobrio lenguaje del conocido programa Nuntii latini de la Radio nacional finesa: "Pier Luigi Bersani, praeses coalitionis partium mediarum et sinistrarum, tam in senatu quam in camera parlamenti inferiore sibi et suis plurimas quidem sedes conciliavit, sed victoria minor erat quam ut ille novum regimen formare posset" (1.3.2013).

Algunos confiamos en la creatividad italiana: sabrá salir de un trance francamente difícil para la estabilidad del país en un momento de crisis mundial. Recordando los tiempos del "compromiso histórico", no se puede descartar el acuerdo entre Bersani y Berlusconi para favorecer una gran coalición –el governissimo‑, aunque el precedente alemán juegue en contra de la opinión pública dominante. Pero un pacto de ese estilo podría conseguir de Bruselas, tras la clamorosa caída de Monti, autorización para frenar las restricciones financieras, sin perjuicio de comprometerse a reformas institucionales y económicas a corto y medio plazo.

Antes de nada, los líderes deberían ponerse de acuerdo sobre temas de máxima entidad: miembros de un posible gobierno de coalición, nombre del futuro presidente de la República, para sustituir a Giorgio Napolitano a partir del próximo 15 de mayo, y presidentes de Cámara y Senado. Si no, habría que ir a nuevas elecciones políticas, en las que se consolidaría el avance de los "grillini" (así lo repiten los analistas, pero quizá los ciudadanos adviertan a tiempo la vaciedad política de la mera indignación).

A pesar de la proliferación de insultos emitidos contra casi todo el mundo por Beppo Grilli, no se puede excluir que Napolitano encargue a Bersani formar gobierno, en cuanto líder de la coalición mayoritaria en la Cámara. Hay indicios de que el Secretario del Pd estaría dispuesto a llevar al Parlamento un programa de mínimos, al que el movimiento 5 estrellas no se opondría formalmente –bastaría su ausencia en las votaciones para modificar el quorum‑, sin perjuicio de no votar luego proyectos concretos que no sean de su agrado. Si gobernar en minoría fue siempre tarea difícil en Italia, más lo es hoy por la imprevisibilidad de los "indignados".

La tercera posibilidad, en caso de que Bersani no alcance mayoría, es que el presidente de la República designe un gobierno provisional, que conduzca al país hacia nuevas elecciones, mientras resuelve urgencias de carácter financiero y comunitario. No se excluye que Mario Monti siga al frente de ese ejecutivo transitorio, pero es poco probable. Se barajan ya otros nombres.

La prolongación de la crisis política aportaría una dosis de incertidumbre que debilitaría aún más a un enfermo crónico. El déficit de credibilidad de los partidos más votados en los últimos comicios, les llevará probablemente a evitar agudizar los problemas. Y, aparte de consecuencias económicas para la UE, constituye un gran punto de examen para los partidos españoles.

 
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