La recta final de la campaña presidencial en Francia

Cuando se publican estas líneas arranca la semana decisiva de la campaña electoral para la primera vuelta de las presidenciales en Francia. Lo único seguro es que ningún candidato conseguirá la mayoría necesaria, por lo que será necesario recurrir una vez más al balotaje, como se dice ya en el habla de algunos países americanos. Y lo más probable es que los ciudadanos deban optar en mayo entre Nicolas Sarkozy y François Hollande. Este último fue por delante en las encuestas, hasta ser rebasado por el actual presidente, pero sondeos recientes le sitúan de nuevo en primer lugar. En cualquier caso, las consultas le han venido concediendo neta prioridad en la segunda vuelta.

Pero todo puede suceder en un momento tan peculiar de la vida pública europea, con una campaña rara, en la que abundan frases grandilocuentes y escasean concreciones, aunque los problemas cotidianos abruman a los ciudadanos. Por eso, ante el riesgo de una abstención mayor que nunca, los sondeos no acaban de ser concluyentes.

En ese río revuelto, avanzan los extremos y se desvanece el centro. François Bayrou, el presidente del MoDem, el partido más equilibrado, tuvo un arranque fulgurante, que le llevó a un tercer puesto relativamente próximo a Sarkozy, pero fue decayendo poco a poco. Su moderación se confunde con indecisión o falta de carácter o liderazgo, aunque se ha anticipado en la práctica a muchas decisiones ajenas. En la precampaña ha visto cómo se asentaban los dos principales candidatos y, sobre todo, crecían los extremos: por la derecha, Marine Le Pen y, especialmente, a la izquierda radical, Jean-Luc Mélenchon.

Estos dos candidatos no tienen nada que perder. Su máxima ilusión, un tanto irreal, sería la repetición de lo sucedido en 2002, cuando Jean-Marie Le Pen, padre de Marine, líder del Frente Nacional, superó en la primera vuelta a Lionel Jospin. Sus discursos son fuertes. Utilizan con profusión tesis antisistema y antieuropeas, en modo alguno inesperadas, pues reiteran lo conocido, quizá con más fuerza ahora, en cuanto apuntan a supuestas raíces de la crisis.

Pero no se puede olvidar que Mélenchon, aunque formó parte de un gobierno de Jospin, fue uno de los promotores del “no” triunfante en el referéndum francés de 2004 contra el tratado de Niza. Pocos años después dejaría el partido socialista, y ahora aspira a la presidencia como representante de una coalición de izquierda radical, en la que están también los comunistas.

La gran perdedora es, a mi juicio, Eva Joly, candidata del conglomerado Verde. En cierto modo, aparte de condiciones personales, indicaría una mezcla de indiferencia y de asimilación light de criterios ecológicos y medioambientales en los diversos partidos. Desde luego, su visita a Fukushima, y su crítica a Sarkozy de instrumentalizar la catástrofe para mejorar la seguridad de la tecnología francesa, no han conseguido hacer de la cuestión atómica una preocupación central de los ciudadanos de Francia. Los dos presidenciables son muy cautos: esquivan los problemas reales, y tratan de ganarse la confianza personal de los electores, con otro viejo tic francés desde los tiempos del General De Gaulle. No se habla expresamente de diluvios, pero sí de “nous ou le chaos”. Obviamente, las referencias de Sarkozy a los males de España van contra Hollande, que produciría en Francia efectos perniciosos como los de Zapatero. Por su parte, el candidato socialista, quiere protegernos de Merkel. A corto plazo nos desairan a todos, aunque reflejan sobre todo la difícil situación del presidente actual, que tiene muy difícil la reelección.

Después de cinco años de mandato, resulta fácil señalar fallos y promesas incumplidas. No basta oponer mensajes de imposible cumplimiento. Aunque ninguno de los dos candidatos se atreve de veras a reconocer la amplitud de los ajustes necesarios para cumplir los objetivos del plan de estabilidad europeo. Nada de “sangre, sudor y lágrimas”: la “grandeur” seguiría siendo el sueño atractivo para los franceses…

Continúan sin abordar el gran reto: cómo dinamizar la actividad económica, manteniendo un nivel de protección social, y reduciendo a la vez los déficits públicos y el consiguiente endeudamiento. Bien es verdad que Francia tiene una de las tasas de natalidad más altas de Europa, por lo que le afecta menos el invierno demográfico, uno de los grandes peligros para la sociedad del bienestar.

Salvo cambios de última hora, y aunque es el dato más difícil para los expertos demoscópicos, se prevé la victoria de la abstención el domingo 22 de abril. Pero apenas beneficiaría a ninguno de los candidatos. Dos semanas después, aunque los líderes europeos no acaban de hacerse a la idea, François Hollande está convencido de que sustituirá a Nicolas Sarkozy en el Elíseo. Los sondeos de opinión así lo indican.

 
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