La refundación de Europa

Desde la rectificación de algunos países, que acabaron aprobando la constitución comunitaria, la evolución ha sido más bien negativa. Está unida a un cierto pesimismo existencial europeo respecto de sus instituciones básicas. Tal vez, y sin caer en planteamientos apocalípticos, la negativa a reconocer sus raíces –Atenas, Jerusalén, Roma  está determinando esa relativa incapacidad ante el presente y el futuro inmediato.

No sé qué es más determinante: una abstención que aleja de las urnas a casi la mitad de los ciudadanos, o el ascenso de tendencias contra los partidos políticos tradicionales, más o menos implantados en cada país, con frecuencia en términos de alternancia, aunque al fin –por ejemplo, en el Reino Unido  no se produjera el terremoto que habían pronosticado algunos sondeos.

Pensaba que el fenómeno italiano de los “grillini” sería pasajero. De hecho, se produjo un retroceso en anteriores comicios. Pero la reciente consulta regional y municipal confirma que el movimiento se ha recuperado. Algunos sociólogos priman la comunicación sobre los contenidos: el movimiento “cinco estrellas” sigue manejando como ninguno las redes sociales a través de Internet.

Casi nadie esperaba que se produjera el relevo en la presidencia de Polonia, pero al fin, aun en segunda vuelta, ha triunfado un representante de posiciones más bien antieuropeas.

El fenómeno se advierte hasta en zonas menos seguidas por la prensa española. También hubo elecciones hace unas semanas en dos provincias austriacas: Estiria y Burgenland. Los socialdemócratas perdieron el 9% de los votos y los populares el 8%, mientras que el populista FPÖ ganó un 16%.

No se puede excluir la influencia de un deseo de novedad, unido a la percepción de un malestar no necesariamente ligado a la crisis del estado del bienestar (lo es en Grecia, para la victoria quizá pírrica de Alexis Tsipras; pero no en Austria, un país prácticamente sin paro y con una emigración integrada).

Antes de la reunión del G-7, coordinada por Angela Merkel en Baviera, Cameron visitó a otros líderes europeos, para explicar su postura, en intento de influir en un proceso de reforma constitucional de Europa, al que por ahora no parecen favorables Alemania ni Francia, como tampoco otros Estados de entidad. Pero no cabe duda de que las tensiones con Grecia y Gran Bretaña, unidas a los movimientos internos de cada país, están horadando la Unión, también entre la gente joven, y a pesar del éxito del Erasmus (quizá más epidérmico que profundo).

Por eso, se abre paso entre líderes políticos europeos la posibilidad de atender la demanda de Cameron, y no sólo para evitar un resultado negativo para los británicos y los europeos en el referéndum de 2017. Quizá tenga razón en que es necesario reformar la Unión Europea. Al menos, se pueden estudiar críticas y propuestas, de modo que el debate provocado desde Atenas hasta Londres permita encontrar soluciones de futuro.

No será fácil en las actuales circunstancias llegar a consensos fundamentales. Pero crece el rechazo al gigantismo de las instituciones comunitarias, con evidente exceso de eurócratas y europarlamentarios, que exigen un gran esfuerzo económico, sin evidente eficiencia. Justamente esa hiperdimensión de lo comunitario hará más difícil reformar un tren en marcha con demasiados vagones que transportan mercancías muy diversas y a menudo contrapuestas.

 

Pero el planeta necesita más que nunca una Europa fuerte y unida, capaz de influir decisivamente en crisis como las de Oriente Medio y Ucrania. Para superar esa guerra mundial a trozos a la que acaba de referirse una vez más el papa Francisco en su rápida visita a Sarajevo.

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