Renace el mito de la superpoblación y decae la esperanza de vida

Superpoblación en algunas de las grandes ciudades.
Superpoblación en algunas de las grandes ciudades.

La complejidad del mundo se resiste a los análisis simplistas. Pero se repiten periódicamente mitos que parecían arrumbados por la realidad de las cosas. La segunda mitad del siglo XX arrancó con inquietudes sobre el futuro de la población y la capacidad del planeta de alimentar a tantos. Terminó más bien con una seria preocupación por el envejecimiento –no sólo en los países más desarrollados-, que planteaba problemas inéditos y ponía en cuarentena el propio estado del bienestar.

            Estos últimos años se reitera la tesis de que somos demasiados humanos para un solo planeta: no para incentivar la búsqueda de vida en el universo, sino para poner de nuevo coto a la natalidad. Ya se ve que no ha servido la triste experiencia china: tras años de política del hijo único, con severas sanciones para los disidentes, Pekín no consigue ahora reactivar los nacimientos, indispensables para construir un futuro más halagüeño, especialmente para los cada vez más viejos. Aunque, de momento, las perspectivas no son tan graves como en Japón, donde se espera que en 2060 más del 35% de la población corresponda a personas mayores de 65 años.

            Gilles Pison, investigador del INED (instituto de estudios demográficos francés) muestra en su Atlas de la Población Mundial que prácticamente todos los países industrializados y muchos países emergentes están ya por debajo del umbral de sustitución de las generaciones. Tener menos de 2,1 hijos de promedio por mujer de 15 a 50 años de edad “no es ya prerrogativa del mundo desarrollado”. La tendencia se observa en Brasil, en parte de la India o en el sudeste asiático. Por ejemplo, las tasas de fertilidad son de 1,2 hijos por mujer en Taiwán, 1,3 en Corea del Sur, 1,5 en Tailandia, 1,57 en la Unión Europea y alrededor de 2 en América Latina.

            Cada vez veo más claro que los ecologistas tienen poco que ver con la ciencia, incluida la ecología. Según avanza la crisis medioambiental –objeto, incluso, de un importante compromiso religioso en el pontificado del papa Francisco-, algunos grupos abogan por una disminución de la población, en contra de las conclusiones de los demógrafos, que señalan una tendencia a la estabilidad. “Demasiados o no, vamos hacia la estabilización en un plazo de treinta a cuarenta años”, afirma Jacques Véron, director de investigación del INED.

            Resulta evidente el incremento acelerado de la población mundial durante los dos últimos milenios. Estamos cerca de los ocho mil millones, y podríamos llegar a diez mil en 2050. Ciertamente, se avanza menos de lo debido en medidas positivas respecto del clima, la biodiversidad, el agua, la desertificación… Pero nada demuestra que estos problemas se resolverán evitando los nacimientos, según la fórmula propuesta en manifiestos sedicentes científicos o en asociaciones militantes a favor de la naturaleza, sobre todo, en la cultura anglosajona.

            El ex ministro francés y diputado de los Verdes Yves Cochet llegó a plantear una reforma radical de la política familiar francesa (que parece estar en el origen de su posición preponderante en la natalidad de Europa): las actuales prestaciones deberían aplicarse al primer hijo, disminuir en el segundo y desaparecer luego. Para Pison, el número de humanos es importante, pero “para defender el medio ambiente, lo más eficaz es educar bien a los hijos”.

            No se puede simplificar, porque otros indicadores aportan contrapuntos, como el del parón o retroceso de la esperanza de vida, hasta ahora paradigma de progreso de los países occidentales, aun sin tener en cuenta los sueños transhumanistas de Silicon Valley. Se ha estancado en lugares como Francia, Alemania, los Países Bajos, Australia, Gran Bretaña. No se llega aún al extremo de Rusia, ni tampoco al preocupante descenso de los Estados Unidos en los últimos tres años (en 2017, 76,1 años para los hombres, y 81,1 para las mujeres), que se debería a la crisis de los opiáceos y sobredosis de drogas, los suicidios y las enfermedades crónicas causadas por la obesidad.

            Ninguna razón científica avala que el planeta estará mejor protegido si tiene menos habitantes. Es más: para quienes no desean tener hijos, no tendría por qué ser determinante la solidaridad entre generaciones que invita a cuidar el planeta para los descendientes. Más plausible parece pensar que se apuntarán al carpe diem!

 
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