Una retórica capaz de lo mejor y de lo peor

Sigo dando vueltas al relativo descrédito de los políticos, que se manifiesta en el crecimiento de actitudes abstencionistas: lo comentaba la semana pasada a propósito de las elecciones de Italia el próximo día 25. Y me intrigan los resultados de Suecia, mientras escribo estas líneas: una mayor participación –hubo largas colas en colegios de distintas ciudades- podría suponer un cambio. Negaría mi hipótesis sobre el desinterés ante debates públicos que, a mi entender, alcanzan mucho eco en los medios de comunicación, pero no alcanzan a la opinión pública, y más bien contribuyen a la decadencia de esos medios informativos clásicos en tiempos de internet.

No es difícil quejarse de la falta de rigor intelectual de tantos discursos, expresados además en un lenguaje muy deficiente, que acaba reflejándose luego en unos textos legales cada vez más extensos y menos precisos. Tomo un ejemplo de la quizá última ley orgánica española sobre sexualidad -84 páginas, 36.800 palabras-, que reforma un párrafo de la ley de enjuiciamiento criminal; a partir de ahora quedará redactado así:

«El Presidente podrá adoptar medidas para evitar que se formulen a la víctima preguntas innecesarias relativas a la vida privada, en particular a la intimidad sexual, que no tengan relevancia para el hecho delictivo enjuiciado, salvo que, excepcionalmente y teniendo en cuenta las circunstancias particulares del caso, el Presidente considere que sean pertinentes y necesarias. Si esas preguntas fueran formuladas, el Presidente no permitirá que sean contestadas.»

Mucho se ha escrito sobre inteligencia emocional. En la práctica, estamos asistiendo quizá a una hipertrofia de los sentimientos, que hace cada vez más difícil el diálogo y la comprensión. La búsqueda del asentimiento va más allá de la dialéctica de los sofistas, tan expertos en el denostado arte de la retórica. Sin embargo, parece importante para salir del atolladero conocer mejor principios de fondo expuestos por cumbres históricas como Platón o Aristóteles: sin olvidar las dimensiones clásicas de la retórica: el logos (propuesta del orador); el ethos (sentido que inspira y transmite) y el pathos (las emociones que despierta).

Tal vez por todo esto, los politólogos dedican mucha atención al lenguaje, a la disección de lo que se dice, de cómo se dice y de qué quiere decir lo que se dice, más allá de apariencias y emociones. Incluso, algún profesor y comentarista televisivo francés, como Clément Viktorovitch, fundó Aequivox, un proyecto de educación popular para proporcionar a los ciudadanos, desde una óptica personal, instrumentos de análisis de los discursos políticos, también a través de vídeos en You Tube. Publicó en 2021 Le Pouvoir rhétorique. Apprendre à convaincre et à décrypter les discours, Seuil, 478 págs. Salvo error por mi parte, no está disponible en castellano.

Ciertamente, la palabra es un arma, como reza la camisa de ese libro. El arte de persuadir puede convertirse en instrumento de dominación y manipulación: basta recordar a Goebbels. Pero también en palanca de libertad y democracia, en recurso personal contra los excesos de la moderna desinformación. Mucho depende de la fundamentación intelectual y ética de la apelación tan frecuente a las nuevas narrativas y la construcción de imágenes atrayentes. No todo radica en el estilo y la elocuencia. Hace falta elegir bien argumentos, sin excluir los más convincentes en el momento -económicos, éticos, emotivos, ecológicos, saludables-, ni tampoco la oportuna dosis de trucos y estratagemas...

La retórica al uso tiende no tanto a convencer de objetivos concretos, como a negar la vigencia de planteamientos ajenos construidos de modo que el destinatario no tenga más remedio que aceptarlos, porque no hay alternativa. Configuran casi una versión secularizada del extra Ecclesia nulla salus. El contrario es simplemente una amenaza para la democracia, o una vuelta a...: una descalificación común en la cultura dominante, quizá gratuita. Así, los temas dominantes en la campaña sueca pueden haber abierto el camino a un gobierno conservador, con el partido de la extrema derecha como segundo de Suecia, aunque los datos definitivos –muy igualados- no se sabrán hasta el miércoles: incremento de la criminalidad, subida de carburantes y electricidad, problemas de integración de los emigrantes

La experiencia muestra que argumentos con fuerte carga emocional y retórica pueden convertirse en fortalezas casi inexpugnables, sobre todo, cuando se usa el poder coactivo del ordenamiento jurídico o la posición prevalente de las grandes plataformas. Pero la historia enseña que los grandes imperios mueren y los muros se derrumban. El uso inmoderado de la potestas, sin auctoritas, acaba produciendo un efecto búmeran. Aunque no sea fácil, es preciso construir narrativas pensadas, sólidas, bonitas: frente al engaño, convencerá el arma de la palabra verdadera y bella. Para usar una vieja metáfora, la paciencia del labrador vence a la impaciencia del alquimista.

 
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