Las revueltas en Irán van más allá del velo islámico

El nuevo embajador español Ángel Losada presenta sus cartas credenciales al presidente de Irán, Ebrahim Raisi.
El nuevo embajador español Ángel Losada presenta sus cartas credenciales al presidente de Irán, Ebrahim Raisi.

Irán no deja de ser un riesgo para la paz mundial desde la constitución de la República islámica en 1979 con el ayatolá Ryhollah Jomeini, tras la caída del Sha Reza Pahlevi, que estuvo al frente de un país profundamente occidentalizado. Tenía muy buenas relaciones con Estados Unidos, que se truncarían pronto, hasta el culmen de la crisis de los rehenes de la embajada de Estados Unidos en 1981. Y no dejaría de crecer con la evolución de los programas nucleares de Teherán, supuestamente con fines civiles. Donald Trump agravaría las tensiones al salir del tratado que, con no poca dificultad, había conseguido tras años de negociaciones el “grupo de los seis” (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania).

         Entretanto seguían creciendo las violaciones de los derechos humanos, con acciones cada vez más frecuentes y abusivas por parte de la policía. Se produjo cierta expectación en 2009, cuando Mohamed Jatamí, que había sido presidente de la república de 1997 a 2005, decidió no presentarse a las elecciones, con el deseo de facilitar un frente unido reformista contra los conservadores que dominaban el país, de la mano del “consejo de la revolución” instituido por Jomeini, a quien sucedió Alí Jamenei en 1989.

         Pero el ex primer ministro Mir Husein Musavi, que encarnaba la moderación, fue derrotado en unas elecciones con múltiples signos de fraude. No aceptó los resultados y movió a sus partidarios a proseguir pacíficamente las protestas, aun a riesgo de represiones violentas. El reelegido presidente Mahmud Ahmadineyad acentuó los límites de la libertad informativa –retirada de credenciales a corresponsales extranjeros, control de Internet-, y tildó a los opositores de hacer el juego a los “opresores del mundo”, es decir, Occidente. Se practicaron miles de detenciones y se disparó el número de personas ejecutadas en la horca. La situación recordaba lo peor del estalinismo. Venía a confirmar que, tras la caída del comunismo, el fundamentalismo islamista es el gran y nefando “absoluto”. No está de más recordar que, además de Moscú y Pekín, Caracas apoyó los resultados oficiales: Hugo Chávez tenía buenas relaciones con Ahmadineyad, que comenzaron en sus visitas al entonces alcalde de Teherán.

         Desde entonces se impuso la continuidad: con Hasan Rohani de 2013 a 2021, y el actual presidente Ebrahim Raisi. Pero, como se comprobó en las elecciones de 2017, en las clases medias urbanas predominaba el deseo de establecer una expansión progresiva de las libertades personales, así como de abrir la economía a la inversión extranjera, una vez superados los bloqueos impuestos durante los años de batalla con occidente por la cuestión nuclear. El líder supremo de la revolución, el ayatolá Alí Jamenei, tenía entonces 78 años, y problemas de salud que le podrían exigir la dimisión.

         El descontento ha ido creciendo desde entonces, acentuado también por la violencia y la corrupción de los agentes encargados en teoría de velar por las buenas costumbres: practicaban cada vez más la extorsión con personas detenidas por nimiedades. La muerte de Mahsa Amini, golpeada por la policía de la moralidad, exacerbó los ánimos más allá de las ciudades, y puede ser la chispa de un incendio que haría realidad el sueño imposible de la caída de la dictadura islamista.

         De momento, como señala Ayaan Hirsi Ali, investigadora hoy en Stanford, constituye un fenómeno único y esperanzador: a diferencia de lo que sucede en la órbita musulmana, en Irán se puede ver a hombres y mujeres, juntos, exigiendo justicia –también ellos- por el asesinato de una mujer, comenzando por la acusación del padre de Mahsa Amini a las autoridades. Refleja la solidaridad de muchos hombres iraníes hacia sus mujeres: ha permitido que alcancen grandes logros como médicas, científicas, abogadas, escritores, artistas. No todos se comportan así, pero Irán se aparta de otros países donde las mujeres sufren a manos de varones de su familia tanto o más que de las autoridades.

         Ciertamente, como señalan exiliados, en consonancia con tantos precedentes internacionales, habrá que esperar a la muerte de Jamenei. Pero tal vez, con su desaparición, se desatarán las luchas internas por el poder entre las diversas facciones iraníes, y el derrocamiento del régimen podría conducir a una guerra civil, un golpe militar o una democracia liberal. No hay seguridad ninguna de futuro. De ahí, tal vez, la aparente neutralidad de Estados Unidos y de tantos otros países, también europeos. Y los miles de manifestantes que, en París, Toronto o Los Angeles, corean el grito del movimiento: Femmes, vie, liberté!

 
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