Secuelas de la pandemia en el malestar de la medicina en occidente

Hospital 12 de octubre (Foto: Cézaro De Luca / Europa Press).
Hospital 12 de octubre (Foto: Cézaro De Luca / Europa Press).

La pandemia del covid-19 podría ser para Pekín como Chernóbil para Moscú: el principio del fin. No es previsible el futuro de China, pero, a la vista de las revueltas actuales, la enfermedad se ha convertido en la mayor amenaza para Xi Jinping desde que llegó a la cúspide del poder hace ya diez años.

Al comenzar la pandemia, se impuso pronto el criterio del aislamiento, mientras médicos y científicos buscaban soluciones de futuro. Esa política salvó vidas, sin duda, pero gracias a vacunas y antivirales, se vio pronto que se podía abrir la mano, también para evitar las consecuencias económicas y sociales derivadas de la expansión del coronavirus y de la rigidez de las cautelas adoptadas.

Xi Jinping se aferró en cambio a la política del cero virus, tal vez por no reconocer que su investigación científica estaba lejos de la occidental... De hecho, todo indica que China está peor protegida contra un virus que, dentro de sus mutaciones, parece convertirse en endémico, difícil de controlar, aun con pérdida de letalidad. Pero, como señala The Economist, al mantener la política de confinamientos, a pesar de los efectos en la economía, surge la duda ciudadana sobre una de las principales afirmaciones del Partido Comunista Chino: que sólo su poder puede garantizar la estabilidad y la prosperidad. 

Curiosamente, en occidente, la lucha contra la pandemia –con abundantes muestras de heroísmo por parte de los profesionales de la salud- ha venido a ser el detonante que ha sacado a la luz los límites de los sistemas de sanidad. Los problemas poco o nada tienen que ver con el cínico estereotipo del izquierdismo iliberal español, que reduce casi todo a la demonización de lo privado como defensa numantina y estéril de la sanidad pública. Encuentro la última muestra de las raíces comunes del malestar en la huelga de los médicos liberales  franceses, es decir, para quienes la medicina sigue siendo, aunque no del todo, una profesión liberal. 

Abordar la medicina con tesis marxistas sobre propiedad de los medios de producción, o capitalistas sobre la eficiencia económica a ultranza, provocan la deshumanización de la atención médica, desmoralizan a sus profesionales y aumentan el malestar ciudadano. 

Podemos seguir soñando con las maravillas de la aplicación de la “inteligencia artificial” a la curación de enfermedades, especialmente en el plano de la medicina preventiva. Pero, de momento, la planificación cuantitativa no deja de arrojar a la orilla los restos de sus predicciones fracasadas. No me refiero a políticas comunistas del tipo planes quinquenales. Pienso en países democráticos –como España- que adoptaron hace mucho tiempo una política del numerus clausus en la enseñanza académica de las profesiones sanitarias: una política, por lo demás, muy conforme con el llamado “espíritu de Bolonia”, inspirador de reformas universitarias que no parecen estar cosechando grandes triunfos.

Hace unos días se convocaba en el Reino Unido la primera huelga del personal de enfermería en más de cien años. Un conflicto colectivo tan insólito como el de los médicos franceses, que han comenzado el mes de diciembre cerrando sus gabinetes de consulta. Coincide con la segunda huelga de los biólogos que trabajan en los laboratorios de análisis.

Tienen lógicamente reivindicaciones económicas, por ejemplo, respecto de la cuantía de las consultas, que abona la seguridad social: actualmente, 25 euros. Pero la razón no es tanto ganar más como trabajar mejor, pues las tarifas actuales no alcanzan a poder contar con un asistente de secretaría, cuando en realidad el 30% de su horario se va en tareas burocráticas. Además, los presupuestos de la seguridad social -aprobados sin apenas discusión, pues el gobierno ha aplicada el equivalente al decreto-ley-, agravan los problemas derivados de la falta de médicos y del mayor número de pacientes asignado a cada uno. 

El temor al deterioro de las condiciones de trabajo ha provocado una especie de “frente común” de prácticamente todos los sindicatos del sector, incluidos los que representan a los internos médicos y farmacéuticos: han llevado a los tribunales a treinta hospitales universitarios, que no cumplirían las decisiones sobre horarios de trabajo del Consejo de Estado, máxima instancia jurisdiccional en el ámbito administrativo francés.

 

No sé la fecha en que nacen los sindicatos médicos. Su creación responde en gran medida al planteamiento economicista de una actividad muy personal, que era gobernada por colegios profesionales, de naturaleza jurídica más acorde con su función. Muy a su pesar, se ha ido progresivamente burocratizando y mercantilizando. Los sindicatos pueden haber sido una reacción fallida ante la pérdida del carácter predominantemente liberal  de las profesiones médicas. Ahí está, a mi juicio, el núcleo de la cuestión, apenas abordado por gobiernos y organizaciones sindicales. Las consecuencias para la calidad de la atención a los pacientes están a la vista, tanto en el ámbito de la seguridad social como en el de las aseguradoras privadas. 

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