Las trampas del comunismo latino

Pedro Castillo | Europa Press
Pedro Castillo | Europa Press

Tengo buenos amigos en Perú, algunos desde hace muchos años: estudiantes de medicina en la Facultad de Zaragoza, que residían en el colegio mayor Miraflores. Hubo una época en que en sus mensajes electrónicos manifestaban sus temores sobre la situación española en tiempos de la Transición. Soy yo ahora quien siento inquietud ante las consecuencias que puede sufrir aquel país tras las últimas y apretadísimas elecciones presidenciales.

       La imagen de Pedro Castillo resulta desconcertante: ha pronunciado discursos conciliadores, junto con gestos altisonantes como el tocado del sombrero de Cajamarca, o las insólitas palabras contra España en presencia de un rey invitado a la ceremonia de su toma de posesión. No es fácil adivinar hasta qué punto es consciente de que buena parte de quienes votaron a Fujimori no lo hacían por convicción, sino por temor al radicalismo. Menos aún tras el nombramiento como primer ministro de Guido Bellido, representante del ala más dura del partido del presidente: su sombrero campesino es el de la sierra del centro y del sur donde fue muy fuerte Sendero Luminoso, movimiento sobre el que Bellido ha hecho declaraciones ambiguas.

          Los problemas económicos y sociales de Perú no son demasiado diferentes de los de otros Estados de la América del Sur, que persisten sustancialmente a pesar de la alternancia en el poder en los países que mantienen los procedimientos democráticos.

          Las clásicas desigualdades, que proceden en algunos casos de los imperios anteriores al Descubrimiento, no se han resuelto en los periodos de gobiernos izquierdistas. La radicalidad de lo sucedido en Cuba, Nicaragua o Venezuela da mucho que pensar y no poco que temer, especialmente cuando se produce la alianza de indigenismo y marxismo.

          Las promesas de justicia e igualdad han ido transformando los gobiernos en auténticas dictaduras: en nombre de la justicia material, se fueron arrumbando poco a poco las libertades ridiculizadas como formales. Basta pensar en la actual represión en Cuba contra las manifestaciones de un pueblo que ha perdido la confianza en sus gobernantes y en su capacidad de resolver los problemas básicos que abruman a la sociedad: se ha consolidado una nueva casta poderosa, mientras sólo crecía la igualdad en la pobreza.

          El colmo es la revolución sandinista, que tiene hoy a la cabeza al matrimonio Ortega, como presidente y vicepresidente: no tendrán problema en ser reelegidos mayoritariamente dentro de unos meses, cuando los posibles opositores están en la cárcel o en el exilio, en un país sin independencia de los jueces.

          Las altisonantes palabras de los líderes políticos, especialmente en América, reflejan ambigüedades y polisemias dignas del Gran Hermano orwelliano. Recuerdan a quienes se llenan la boca hablando de memoria histórica, reconciliación o comisiones de la verdad mientras reiteran de hecho delitos de lesa humanidad.

          En todo caso, se impone repensar conceptos básicos como libertad, igualdad, justicia, desarrollo económico. La experiencia de la historia reciente muestra que la mera lucha contra la riqueza resulta un fracaso: no aumenta necesariamente el bienestar de los pobres, sólo la igualdad en la escasez. La necesaria lucha contra las clamorosas distancias sociales no exige abolir la propiedad. Así lo entendió en su día la socialdemocracia germánica, que tanto contribuyó a la continuidad del progreso tras el “milagro alemán”.

          El comunismo latino no ha mejorado las condiciones de vida de los pueblos americanos, ni absoluta ni relativamente. Al empobrecimiento material se ha unido la carencia de libertad, porque el sistema educativo no contribuye tanto al desarrollo de las inteligencias, como a la imposición de principios ideológicos. La ignorancia de fondo permite al poder fabricar chivos expiatorios para encubrir sus fracasos, como hizo en su día el comunismo soviético con la difusión del mito –la “ilusión”, según Furet- de la lucha contra el fascismo. Pero las explicaciones simplistas que explican todo, acaban no explicando nada.

 

 

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