La lucha por el poder en la función directiva

Muchos y diarios son los enfrentamientos que se libran en el seno de cualquier organización en aras a conseguir posiciones de mayor poder y dominio. Resulta una constante, ajena a cualquier tipo de institución, que tanto la política como el mundo empresarial, militar o eclesiástico se vean sometidos a las mismas tensiones e intrigas.

El hombre, animal social por naturaleza, siempre ha tenido que pelear por lo escaso, y es en su capacidad de asociación donde ha encontrado la posibilidad cierta de supervivencia.

Su vida en asociación es la que le permitió dedicarse a la caza en grupo sabiendo garantizada la custodia de su prole por el cuidado y trabajo de la mujer. Pero no todo eran ventajas, el macho debía competir con sus congéneres en la búsqueda de pareja, respetando, eso sí, vínculos familiares, de amistad y de poder. Tal cúmulo de circunstancias ha garantizado siempre la pelea, la pugna por lo limitado y corto en abundancia.

En la actualidad el inicio de la vida laboral viene presidido, de forma más que habitual, por funciones de naturaleza técnica en las cuales el individuo se enfrenta a una máquina, ordenador, tarea o similar que no requieren de trato con otras personas en cuanto al desempeño de función directiva alguna. No debe mostrarse como jefe de nadie.

Con ocasión de que el mismo pueda crecer en el desempeño de tareas de más responsabilidad se encontrará sometido a tensiones de naturaleza política cada vez más evidentes, y es ahí, en esa escalera de poder, donde tienen lugar los combates incruentos más enconados. ¡La pugna por lo escaso!.

Nadie escapa a los mismos, bien sea de forma proactiva o reactiva, todo cargo directivo se encuentra inmerso en tales circunstancias.

De ahí la importancia de la figura que ostenta el poder en cualquier organización: de su calidad directiva darán constancia sus actos de gobierno. En particular me refiero al directivo que se emplea con malicia, al que le resulta ajeno el sentir de los demás, al que únicamente manifiesta interés por lo que, a él en su egoísmo, considera importante; esto es, lo suyo y sólo lo suyo -nunca son sus semejantes-.

Es típica la figura directiva cuya práctica habitual se concreta "en el beso hacia arriba y patada hacia abajo". El hecho de tratar a los demás en función del rendimiento que, a título personal, pueda obtener de ellos, posibilita una relación del tipo yo-ello; una relación puramente instrumental en la que el individuo se siente tratado como un objeto, y por tanto poco predispuesto a aportar todo aquello de lo que es capaz. La frase "podrás comprar sus manos y su fuerza pero jamás su mente y corazón", nos da las claves de la poca predisposición natural que pueden encontrar comportamientos tan viles.

Detectar personajes de esta naturaleza no es tarea difícil; muchas son las circunstancias que pueden facilitar una ponderación adecuada de tal tipo de individuos.

 

Sospechosa resulta la conducta, más que habitual, de aquellas personas que no son capaces de mostrar el más mínimo interés por lo que le manifiesta un colaborador que, situado al otro lado de la mesa, observa con perplejidad cómo sus palabras resuenan de forma infructuosa ante un jefe, absorto y distante, atento con exclusividad a la pantalla de su ordenador.

Incierto, y hasta malicioso, resulta también el acopio de informes y propuestas raptadas de un ingenuo colaborador en atención a ser expuestos de espaldas a su genuino autor. Incluso sus pruebas de interés por los demás son interesadas y soportadas por un fino cálculo en atención a posibilitar una conducta, dato, o predisposición posterior. Todo en él tiene el tratamiento de transacción instrumental.

En palabras de Daniel Goleman: "Según algunos teóricos de la evolución, la inteligencia humana apareció en la prehistoria como una forma de operar que se encuentra al servicio de la supervivencia. Desde esa perspectiva, el éxito podía depender de la habilidad para conseguir la mejor parte sin que el grupo le echase a patadas".

Pero a largo plazo todo se manifiesta en su auténtica dimensión, un comportamiento de tal naturaleza suele emponzoñar las relaciones con los demás conduciendo al fracaso su labor directiva. No obstante, la temporalidad presente en nuestra sociedad, llegada de forma más o menos reciente pero instalada, parece, de forma permanente, propicia un hábitat más que confortable a tal tipo de personaje.

¿Cómo si no resultará el desempeño en un individuo, narcisista por más señas, que barrunta que no permanecerá más de tres años en su función directiva?, ¿Qué tipo de carácter puede imprimir un ejecutivo en su cometido cuando sabe que lo que pueda sembrar, en todo caso, será otro el que recoja los frutos?. La posibilidad de imprimir carácter, de proyectarse a través de un cometido cede desalentada ante plazos de tiempo tan escasos.

La temporalidad enfrentada por un político, directivo, militar o autoridad eclesiástica de naturaleza maquiavélico-narcisista se concretará en un laissez faire, laissez passer -dejad hacer, dejad pasar- que acabará propiciando el declive de su empresa o institución.

En las cúpulas de cualquier tipo de organización abundan las personalidades de tipo narcisista, resulta vital para sus órganos de gobierno detectar y poner pronto remedio a tal circunstancia, de no hacerlo su institución lo acabará acusando.

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