El AVE llega a provincias

El AVE llegó a su hora. Ésta es la noticia. Salió de Valladolid a las 19:35, como estaba previsto, y llegó a Madrid pasadas las 20:40.  Sólo hacía tres días de la triunfal inauguración de la línea, que trajo hasta Valladolid, sonrientes cual feriantes a punto de abrir sus instalaciones al público, no sólo a la ministra de Fomento, autoproclamada impulsora de una obra iniciada por un ministro precedente, sino también al presidente del Gobierno, orgulloso de llevar el progreso hasta la tierra que le vio nacer aunque él diga que es de León. O puede que efectivamente sea de León pero con ancestros vallisoletanos. Da igual, cada uno es de donde quiere ser aunque haya nacido en otro sitio. Dejémoslo así. Nuestro presidente es un poco como Kyle XY, el chico sin ombligo obligado a reconstruir un pasado que en realidad sólo existe a medias.

El AVE fue puntual en salida y en llegada y logró que la profecía de un retraso similar al del día anterior –40 minutos para un trayecto de una hora-- esta vez no se cumpliera. Salió puntual y llegó puntual. Imposible entender cómo se logró esta proeza un día de Navidad en el que la estación de Valladolid explotaba de viajeros. Diez minutos  antes de la salida del tren, decenas de pasajeros con billetes de AVE hacían cola a la intemperie, esperando para pasar el control de acceso habilitado tras una mampara de madera, puro glamour. Y un milagro de Navidad logró no sólo que los viajeros allí concentrados no enfermaran de frío, sino que, además, en los escasos minutos que restaban, el personal del control de acceso fuera capaz de revisar los billetes de todos. Aunque la duda flotaba en el ambiente: ¿Ha dado tiempo de que entren todos los pasajeros, o el tren ha partido antes de que montaran todos los que esperaban?

La única verdad verdadera es que, a pesar de los pesares, el AVE funciona y llega su hora o, por lo menos, el día de Navidad ha llegado a su hora. No tiene estación propia y comparte espacio con el resto de trenes de corto, medio y largo recorrido que salen y entran cada día de la estación de Campo Grande de Valladolid.  Faltan tramos de vía por completar. No se ha construido sala de espera para los viajeros. Y los vallisoletanos tienen miedo de que cualquier día ocurra una tragedia en algún paso a nivel, metáfora de la España que vivimos, a medio camino entre el siglo XXI y el XIX.  Pero funciona…o eso parece.

Vamos, que el AVE que llega a las provincias del interior poco tiene que ver con el despliegue urbano, puro progreso en forma de infraestructuras, con el que el AVE se incrustó en Sevilla, Madrid o Zaragoza. Eran otras épocas. El AVE de provincias de este Gobierno postmoderno es más bien menos que más, pero es AVE.

 
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