Adolfito sigue igual

No sé si se acuerdan. De pequeñitos, en el colegio, el día del cumpleaños es muy especial. En general, es un día maravilloso para todos los alumnos de la clase. Excepto para el que cumple años. Afortunadamente nunca tuve que padecerlo en primera persona porque a mediados de julio los colegios están cerrados. Pero recuerdo que el homenajeado solía acudir ese día al colegio con una bolsa de golosinas para repartir entre sus compañeros. Creo que la costumbre permanece intacta. A veces la bolsa resulta tan abundante que los niños terminan hartos y la celebración degenera en batalla campal a caramelazo limpio. Otras veces, los caramelos son escasos y no hay suficientes para repartir entre todos los niños de la clase. Entonces comienza la corrupción y el favoritismo, trágico augurio de lo que los chiquillos harán de mayores, cuando ocupen alcaldías y ministerios: cuando queda poco que regalar, Adolfito, que está de cumpleaños, empieza el reparto por los buenos amigos. Así, Guillermito y Pedrito se llevan su reluciente golosina, mientras que Joselito se queda a dos velas rebañando el azúcar de la bolsa vacía. Y entonces se produce el intercambio de pareceres.

-- Lo siento, Joselito, pero se han acabado las golosinas. ¡Qué pena! ¡Precisamente ahora que te tocaba coger a ti! Te regalo la bolsita, por si quieres hacer un globo. – dice el homenajeado fingiendo un falsísimo pesar.

-- Vale Adolfito, pero dile a tu papá que no sea tan rata la próxima vez y compre chuches para todos. – suelta Joselito con maldad.

-- ¡Repite eso si eres hombre! – reta muy chuleta Adolfito celebrando su recién estrenada ventaja de edad.

-- Digo, que le digas a tu padre que no sea tan rata en tu próximo cumpleaños, que esto es una vergüenza de celebración – precisa Joselito esforzándose en pronunciar con sobreactuada nitidez cada palabra.

Guillermito, que contempla la escena, sacude el primer manotazo en defensa del honor del papá de su Adolfito del alma. Joselito, hábil, se agacha a tiempo, con lo que la bofetada perdida de Guillermito aterriza finalmente en las narices de Pedrito, más despistado. Pedrito, implicado por accidente, no sabe a quien zurrar, así que patalea a babor y estribor, desatando la ira de todos los presentes. Joselito y Adolfito, por su parte, se abofetean mutuamente con ahínco y entusiasmo. Entonces, aparece el profesor, confisca las golosinas y la bolsa vacía, y castiga sin recreo a todo el que se encuentra a menos de 50 metros del epicentro de la trifulca. Fin del cumpleaños.

El lío, estarán de acuerdo conmigo, lo ha originado el padre de Adolfito que es un poco tacaño, como bien ha apuntado Joselito. Lo sucedido después no es más que una simple escaramuza colegial. Les cuento esta historia porque este verano he prestado especial atención a observar cómo varios ayuntamientos resolvían el complejo problema de organizar las tradicionales fiestas y conciertos adecuándose a la actual coyuntura de crisis económica y a las terribles previsiones. Todas mis sospechas se han confirmado. Cuando quedan pocos caramelos que repartir, gran parte de los alcaldes y concejales también prefieren dárselos a sus amigos.

Numerosos mandatarios han cumplido a rajatabla esta vieja regla iniciada en la escuela, contratando masivamente este verano a toda esa legión de pseudo artistas que afirman vender presunta cultura musical componiendo bajo la moqueta de la concejalía de mano. Son los mismos que de no ser por las subvenciones y por los alcaldes afines estarían en el paro. A pesar de que en este momento estar en el paro no es novedad ni distinción alguna. Ustedes ya saben lo que quiero decir. Y ellos también.

               

 

Sorprendido –tontamente, la verdad- al confirmar una vez más que en política los favores se pagan a lo grande, he tenido que recurrir de nuevo a la historia colegial para encontrar una explicación fiable a tanto despilfarro y tanta desvergüenza. Y sí, la conclusión es muy clara. Hay que reconocer que la gran diferencia entre Adolfito y Joselito es que, cuarenta años después de la escuela, Joselito ha cambiado. Se ha hecho más respetuoso, más independiente y, sobre todo, más educado. Ya no protesta por nada, incluso aunque se quede sin caramelos.

¿Adolfito? Adolfito sigue igual. O peor.

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