Aprender a ver la televisión

¿Puede una televisión emitir lo que quiera? Una pregunta tan general como ésta sólo puede responderse de la misma manera: no. La legislación vigente en nuestro país, traslación de la normativa comunitaria, establece los límites que no deben franquear los operadores televisivos que emitan en abierto. Uno de estos límites es la protección de la infancia y la juventud. Lo que viene a decir la ley es algo así: usted, adulto, es capaz de discernir entre lo que le conviene y lo que no le conviene; puede apagar o encender el televisor, cambiar de canal y seleccionar lo que quiere ver. Pero los niños y los jóvenes necesitan algo más de ayuda cuando se sientan ante el televisor. Son una audiencia más cautiva, más manipulable, más desprotegida. Protejámosles, por tanto, en la medida de lo posible, obligando a que los contenidos poco apropiados para este público infantil y juvenil se programen en horas en las que lo normal es que estén en la cama o acompañados de adultos.   Cualquier telespectador avisado puede observar que la norma general descrita más arriba es manifiestamente insuficiente si lo que se persigue con ella es garantizar la impermeabilidad de nuestros hogares a los contenidos que no deseamos. Pero ninguna norma, en un sistema democrático basado en la libertad de información y comunicación, puede garantizar dicha impermeabilización. Lo más que pueden hacer las leyes es asegurar que los contenidos emitidos no contravienen una serie de principios y valores protegidos constitucionalmente y respecto de los cuales sí podemos y debemos exigir a los poderes públicos el celo, la diligencia y el esfuerzo que correspondan a la hora de hacer cumplir lo que las leyes establezcan. Pero la fiscalización del cumplimiento sólo puede ejercerse después de que los programas han sido emitidos, no antes. Si las cadenas incumplen, debe recaer sobre ellas todo el peso de la ley y las sanciones que ésta establezca. Pero no se puede tratar de impedir los contenidos anómalos por la vía de la censura preventiva.   Todo lo demás, es decir, la garantía de impermeabilidad, es responsabilidad de quienes nos sentamos ante el televisor, que tenemos el control del mando y debemos aprender a utilizarlo. La tecnología avanza, en este sentido, del lado del consumidor, y con la nueva televisión digital –terrestre, por cable o por satélite--, los telespectadores podemos controlar lo que entra en nuestros hogares mediante los sistemas de “control parental” que incorporan la mayor parte de los descodificadores y que permiten bloquear los canales no deseados e incluso los programas y las franjas horarias a las que no deseamos que accedan nuestros hijos.   En mi opinión, quienes reclaman mayor regulación de los contenidos para acabar con la tele-basura, se sitúan en el mismo barco que los que quieren poner coto a la libertad de opinión e información en los medios porque estiman, en su fuero subjetivo, que se abusa de dicha libertad. No se trata de reclamar mayor control previo o medidas más restrictivas. Lo que debemos reclamar es que funcionen de verdad los mecanismos correctores; que la regulación llegue hasta donde debe y que, a partir de ahí, los ciudadanos hagamos el resto cada uno en su propio hogar.

 
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