Asesinados 4 diplomáticos rusos: ¿quién es responsable?

La muerte de cuatro diplomáticos rusos en Iraq obliga a formular la desagradable pregunta del titular, porque, a mi modo de ver, las meras peroraciones sobre la crueldad e irracionalidad de los terroristas islamistas pecan de insuficiencia. La pregunta es inevitable si queremos analizar esta tragedia con una visión honrada, y tratar de sacar de ella siquiera algunas enseñanzas para el futuro.   Esas lecciones se refieren, naturalmente, a la propia Rusia, pero no sólo a ella. Al fin y al cabo, si no fuera por la aventura estadounidense en Iraq, la tragedia no habría ocurrido. La muerte de los rusos no es la primera ni, lamentablemente, será la última en esta guerra. Ya son decenas de miles las víctimas inocentes tanto iraquíes como extranjeras, todas por una guerra basada en una fabulosa falsedad y cuyo final, en el mejor de los casos, traerá la creación en Iraq de una democracia raquítica, “tambaleante” hasta un punto tal que nos recuerda a la Torre de Pisa. Resulta fácil vaticinarlo después de asistir, pongamos por ejemplo, a lo sucedido en Afganistán. Allí, tras la operación victoriosa, el gobierno de Karzai, evidentemente incapaz de controlar la situación, está siendo sometido a las críticas más acerbas: los talibán levantan cabeza, el narcotráfico prospera, etc. Una suerte más o menos semejante correrá el gobierno de Iraq, que sólo podrá sobrevivir gracias al permanente apoyo militar desde fuera.   Lamentablemente, pocos son capaces de dar respuesta razonada al interrogante siguiente: ¿cuánta sangre habrá que derramar por este antónimo de democracia? A Washington, el precio le preocupa poco. Si llamamos a las cosas por su nombre, debemos constatar que estamos ante un estilo de actuación imperial, nada democrático. En última instancia, lo que importa no es la forma, sino el contenido. En la antigua Roma, incluso la gobernada por el senado y no por el emperador, se conservaba el imperio y se practicaba la política imperial. Sobre este telón de fondo, las lamentaciones norteamericanas con motivo de la muerte de los diplomáticos rusos no pueden dejar de ser tachadas de hipócritas, incluso si la Casa Blanca expresa condolencias que dice sinceras a las familias de los asesinados. El principal culpable de la tragedia (naturalmente, sin contar a los propios terroristas) es EEUU: su política imperial provocó la muerte de los ciudadanos rusos, y la de decenas de miles de otras víctimas de esa guerra. Y todo, en aras de un antónimo de la democracia.   El asesinato de los diplomáticos puso de manifiesto tanto la impotencia de las autoridades iraquíes y de las fuerzas de ocupación norteamericanas que, en razón del derecho internacional, cargan con la responsabilidad absoluta en el país invadido, como la incapacidad de la propia Rusia de defender a sus ciudadanos. Por consiguiente, sobre Moscú recae también parte de la responsabilidad.   Esto no concierne en modo alguno al asunto checheno, aunque, como es notorio, los terroristas asesinaron a los rehenes en señal de solidaridad con sus “compañeros de armas” en Chechenia. Dudo que los fundamentalistas islámicos estén en condiciones de entender que la guerra chechena la perdieron, a fin de cuentas, no tanto por los rusos como por los chechenos que están acabando, sin ayuda de nadie, con los restos de los “hermanos del monte” en su tierra. Así, pocas cosas podrían cambiar la retirada de las tropas rusas de Chechenia exigida formalmente por los terroristas. No es posible evacuar a los chechenos de su tierra, ya que tanto el referéndum como la lucha contra los restos de las bandas de separatistas han venido a demostrar que en esa república no hay caldo nutricio para el fundamentalismo islámico.   En este terreno, los interrogantes que surgen son de otra índole. Por ejemplo, hasta qué punto es justa la política exterior de Rusia hacia Oriente Próximo y, en general, hacia el mundo islámico. A los diplomáticos rusos no los pudo salvar la excursión de Hamás por el Kremlin, ni la amistad evidente mostrada a Irán, ni la aspiración manifiesta de aproximarse al máximo a los países islámicos. No quiero disputar la justeza de ese rumbo, ya que en principio es argumentado y lógico. Sin embargo, el demonio siempre se revela en los detalles: en ellos es donde hay que buscar puntos vulnerables recapacitando y sopesando más y más todos los detalles de la política exterior.   A mi modo de ver, sería necesario reconsiderar la política rusa hacia Hamás. El terrorismo es terrorismo sea en Chechenia, EEUU, Gran Bretaña, España o Palestina. La guerra contra este mal universal deberá ser perseverante, firme e intransigente. A este respecto, las ilusiones no valen. Según señalan con razón muchos de mis colegas, el terrorismo no acepta compromiso alguno, y por esto no hay razón para construir una política basándose en la esperanza ilusoria de que se pueda llegar a un acuerdo con los extremistas.   La trágica muerte de los diplomáticos rusos obliga a recordar el pasado, por ejemplo, la liquidación insensata de los servicios secretos en la época de Borís Yeltsin. Los servicios secretos soviéticos necesitaban era una reforma inteligente, no ser destruidos. Ningún Estado puede existir sin un servicio de seguridad altamente profesional, máxime teniendo en cuenta la situación actual, cuando se libra una guerra contra el terrorismo internacional. Lo sucedido a los diplomáticos rusos es, en gran medida, un eco de aquella actuación. Para romper trastos no se requiere mucha habilidad, pero pasarán decenios antes de que se restablezca un sistema eficaz de seguridad del Estado.   Claro que no se puede afirmar que si el estado de los actuales servicios secretos fuera óptimo, se hubiera logrado salvar a los rehenes, pero habría sido mucho más probable hacerlo. Merece atención el hecho siguiente: el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia confirmó su muerte sólo un día después de emitido el vídeo de su ejecución, ya que no disponía de los información contrastada sobre la suerte de los rehenes. En este contexto precisamente era difícil confiar en su liberación, lo que abunda en la necesidad vital para la Rusia actual de elevar al máximo la eficacia de los servicios secretos.   Los rusos tienen pocas probabilidades de modificar la mentalidad de la cúpula política norteamericana. Pero las autoridades de Rusia están obligadas a introducir correctivos en su propia política y a no escatimar esfuerzos para fortalecer la seguridad de sus ciudadanos, tanto en el país como fuera de sus límites.   A juzgar por las declaraciones oficiales, el actual gobierno ruso, a diferencia de la época de Yeltsin marcada de “romanticismo revolucionario”, cuando, sin razón alguna, fueron rotos muchos trastos, lo comprende todo perfectamente sin necesidad de consejos foráneos, Ahora, sólo queda actuar.

 
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