Beneficiar perjudicando

La andanada de Aznar contra Rajoy puede acabar siendo muy provechosa para el actual presidente, aunque parezca lo contrario. No me interesan los motivos de despecho político-familiar —Bárcenas, Botella— que acaso hayan influido en el ánimo de aquel para amonestar a su sucesor en el cargo. Atengámonos a la declaración más importante y, con miras funcionales, considerémosla sincera: «Cumpliré con mi responsabilidad, mi conciencia, mi partido y mi país».

Ese cumplimiento de un imperativo moral, aplicado quizá de ahora en adelante hasta el fin de la legislatura con reconvenciones periódicas y basta —se da por hecho que no hay alternativa viable al actual liderazgo en un plazo corto—, paradójicamente permitiría a Rajoy continuar con su incumplimiento del programa electoral y, pese a todo, no descalabrarse en las siguientes elecciones. Me explico.

Ya es un hecho cierto que una parte del electorado popular está frustrada con el derrotero que ha tomado el Gobierno, sobre todo en materia económica. Del descontento más o menos soterrado y difuso se ha pasado desde hace unas cuantas semanas a la protesta abierta. Entre los medios, El Mundo está dando voz a esta corriente de opinión, cada vez más caudalosa, cada vez más encorajinada, que reclama la necesidad de bajar impuestos porque eso, y no lo contrario, es lo que se votó.

La opción natural de este sector importante del electorado que se siente víctima de una estafa es, en grado creciente, la abstención. «La próxima vez te va a votar Rita, que yo no.» Sin ninguna satisfacción aún que ofrecer como contrapartida halagüeña a tanto esfuerzo fiscal, ya ni siquiera muestran los miembros del ejecutivo especial dolor de corazón cuando se ven obligados a atajar los reproches, obvios, por su falta de coherencia. Y eso cabrea.

Llegados a este punto, era necesario que alguien dentro del Partido Popular evitara que la llama primera de la esperanza, convertida ya en rescoldo de escepticismo, se apagara definitivamente como ceniza del desengaño. Y la voz que se ha alzado por fin, precedida de otras más cautelosas y también menos trascendentes, ha sido la de esa figura dotada de la autoridad más indiscutible para opinar, porque tuvo en sus manos el poder cuyo ejercicio ahora ve menoscabado.

Entonces, ¿cómo se beneficia Rajoy de este aparente perjuicio que sufre? Digamos que por un efecto de religación. Se unen de nuevo en el sufragio quienes están dispuestos a seguir fiándose de él y quienes ya no lo están, pero comprueban que no todo es astenia en el PP. Así, el actual presidente queda libre para seguir incumpliendo el programa, porque haga lo que haga continuarán apoyándolo sus incondicionales, pero a la vez no es improbable que lo voten como mal menor los que, considerando esencial la continuidad del partido en el Gobierno, ven que hay renovación posible, que mañana puede darse un golpe de timón rumbo a los principios olvidados hoy.

Aznar le hecho a Rajoy un roto, pero a la vez se lo ha cosido.

 
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