Cajas fuertes

Varios días atrás nos informaba este confidencial de que la venta de cajas fuertes para uso doméstico ha aumentado un 35% en España. Yo creía que, a la hora de guardar el dinero en casa, uno de los sitios más seguros no por inatacable sino por discreto era la alacena. En un tarro allí dispuesto tenía Carmela Soprano —al menos durante la primera temporada de la serie— el fajo de dólares siempre renovado por las extorsiones del marido, cuya sola mención ya era suficiente garantía contra un posible robo. Hay pocos hogares con un paterfamilias mafioso, y por otro lado el mobiliario de cocina no suele inspirar confianza suficiente para custodiar caudales, pese a la defensa estratégica que pueda suponernos en la última balda una infranqueable primera línea de botes de pimientos del piquillo. Tampoco se perciben ya como seguros, por archisabidos, los escondites tradicionales del somier, el calcetín o la baldosa hueca.

Así pues, caja fuerte. Siempre ha sido un objeto desconocido en la práctica y hasta peliculero para la mayoría. Fuera del ámbito bancario, con sus cámaras acorazadas como búnkeres del capital —que por otra parte tampoco hemos visto—, las cajas fuertes nos han poblado más bien las ficciones del cine. Abiertas por una mano que no debía, han sido vaciadas de perlas en la mansión de la marquesa ricachona, o de documentos comprometedores en la embajada del confianzudo diplomático cuyo país estaba en guerra. Algo que solía quedarnos lejos. Hasta ahora la relación más estrecha que hemos tenido con una caja fuerte, por lo común, ha consistido en dejar las llaves de casa y una parte del dinero del viaje en la de la habitación del hotel. Y qué culpablemente confortados nos hemos sentido así, a resguardo de posibles cleptomanías de la pobre señora de la limpieza.

Ahora bien, si están aumentando las ventas de cajas fuertes para particulares es porque las cuentas corrientes de los bancos son cada vez menos corrientes. No me extraña. Por una parte, el depósito en la hucha fortín de detrás del cuadro no puede avizorarlo la Agencia Tributaria en estos tiempos de rapiña fiscal. Tampoco está sujeto a comisiones de mantenimiento. Ni se le aplica la reserva fraccionaria: cien mil euros metes —quien pueda—, cien mil euros tienes, sin aventuras. Ni cabe el miedo a la volatilidad, ni a los corralitos, ni a engaños como las preferentes u operaciones turbias del estilo. Eso sí, el rendimiento de esta cuenta domiciliaria será invariablemente del 0%. Hasta dónde habremos caído, que incluso esa cifra pelona seduce con la tentadora rentabilidad de alivio que da tener el dinero en mano. Y bien a mano.

 
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