‘El Cid’ con actores mudados

La consulta que plantea es esta: en una posible versión cinematográfica nueva –ahora se cumplen cincuenta años de la dirigida por Anthony Mann–, ¿quiénes serían los intérpretes más adecuados para los papeles de Rodrigo y de Jimena? Por hacer un juego de palabras facilón, se trataría de un remake con actores mudados («sin adtores mudados», es decir, sin azores que hubieran cambiado de pluma, abandonaba Vivar el Cid a causa del destierro, según el quinto verso del Cantar).   

Las respuestas dadas hasta ahora son variopintas. Básicamente, pueden agruparse en dos bloques, siguiendo un criterio muy sencillo: las de los que proponen –hay quien aporta candidatos para el reparto entero– un Rodrigo y una Jimena con intérpretes españoles, y las de quienes son más partidarios de que sendos protagonistas los encarnen actores extranjeros. Sin valorar la verosimilitud de los nombres concretos que van sugiriéndose, creo que hay dos cuestiones previas que deben plantearse.

En primer lugar, la más básica: ¿por qué otra película sobre el Cid? De hecho, la consulta del Consorcio, aunque lúdica, no es un divertimento en el vacío. A pesar de que el proyecto esté parado, hay quien tiene adquiridos los derechos para llevarlo a término. Argumentos a favor pueden darse bastantes: nuestro héroe es un personaje legendario que da mucho juego en pantalla, hace medio siglo u hoy; no viene mal actualizar sus andanzas para un público joven; el 3D hará que las batallas, Tizona en mano, sean algo psicotrópico; la producción quizá estimule el turismo cidiano y se dejen aquí los guiris su dinerito; etcétera. Argumento en contra –con uno me basta– para el rodaje de una nueva versión: las comparaciones son inevitables.            

No niego que el producto resultante acaso sea bueno –eso sí, la mera posibilidad de no serlo debería refrenar temeridades–, pero es que el cine, en buena medida, carbura por mitomanías. Puede que Charlton Heston y Sophia Loren no fuesen los actores más apropiados para la verosimilitud de sus personajes, de acuerdo. Y, sin embargo, ¿quiénes podrían hacerles sombra ahora? ¿En qué pareja hallaremos capacidad de fascinación semejante? Por no hablar de esos dos asesores de lujo, irrepetibles, que tuvo la película detrás de las cámaras: Félix Rodríguez de la Fuente en materia de cetrería y don Ramón Menéndez Pidal tocante a asuntos históricos. No me atrae un making of en el que no aparezcan ellos.    

La segunda cuestión, relacionada con el carácter nacional o internacional de los actores protagonistas a que aludíamos antes, entraña un punto contradictorio difícil de resolver. Siendo el Cid un mito local, apegado a una época histórica muy precisa y a un territorio muy concreto –lo que no resta universalidad a su figura–, se desnaturaliza en buena parte cuando es Hollywood quien lo recrea. Esto ocurrió en la producción de Bronston, y ocurriría de nuevo si prosperase el proyecto paralizado, en manos del tío Sam.

Pero por otro lado, si la película se rodase en España con presupuesto, dirección, guión e interpretación españoles, sería muy probable que también se desnaturalizase el mito. No por la rareza de que el héroe castellano prototípico hable en inglés, que hablaría en romance, sino porque nuestro cine, por desgracia, flaquea bastante en las recreaciones históricas, más aún si deben atenerse a dimensiones épicas. En esto los americanos, en cambio, son maestros. Aquí, al no estar acostumbrados a tomarnos en serio, componemos una solemnidad tan impostada que no hay quien se nos crea. Un Cid angloparlante ya lo hubo, y es icono. Y un Cid que mueva a risa, mejor que no cabalgue. En definitiva, si los azores del Cid no habían mudado, tampoco tiene El Cid por qué mudar de actores.

 
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