Cine de mentiras y gordas

El cine recurre con frecuencia al joven desnortado como inspiración. Para las productoras, lo bueno desde el punto de vista recaudatorio es que, al margen de la calidad del resultado, el género pubescente puede suscitar un interés digamos conductual en un público extenso, que abarca al menos dos generaciones: la de los padres, desazonados por entender algo mejor la actitud híspida de sus hijos adolescentes, y la de los hijos adolescentes, que en la pantalla encuentran refrendo y aportaciones quizá novedosas para esa actitud híspida que desazona a sus padres. Unos buscan terapia y los otros un si es no es de mundología.   

Rebeldía es la clave, con plasmaciones de muy distinto cariz a lo largo del tiempo. Dejando a un lado la comedia hormonal en la que suele incurrir el género púber, cuyo momento estelar fue el acto amatorio de Jason Biggs con una tarta de manzana, el drama ha dado filmes generacionalmente clásicos como Rebelde sin causa de Nicholas Ray en los cincuenta, o Rebeldes –así traducido The Outsiders– de Coppola en los ochenta. (Rentable concepto, en esta década se ha empleado para las series Rebelde Way y RBD, y no sé si para algún musical basado en ellas.) ¿Se convertirá también en un hito generacional, al menos aquí, en este liviano país nuestro, la película Mentiras y gordas, con una vuelta de tuerca a las ya consabidas rebeldías?     

Hubiera despachado esta película con un piadoso silencio de no ser porque, según informa la prensa, en un solo fin de semana han acudido a verla trescientas mil personas, lo que la convierte en un tremendo éxito de taquilla y, por tanto, en fenómeno digno de atención. Aunque era previsible la buena respuesta por parte de un espectador en su mayor parte joven, la magnitud de la audiencia no tenía por qué ser tal. Lo es, y toca preguntarse el motivo. Se trata en realidad de un álgebra sencilla que corresponde a una suma de elementos atrayentes: actorzuelos (entiéndase como diminutivo, no necesariamente como despectivo) consagrados por series triunfadoras en televisión, y una trama con toques escabrosos en la que se mezclan noche, drogas, ardores, infidelidades, homosexualidad. 

Esos elementos, dependiendo de cómo sea el enfoque, el tratamiento, la sensibilidad, el tono, el guión, la selección y dirección de actores, y otros elementos que conforman todo rodaje, pueden dar como resultado una gran película, alabada por la crítica y quizá hasta por el público, o pueden dar como resultado todo lo contrario, es decir, Mentiras y gordas, bien acogida solo por el público, y claro que no todo. Confieso que no he pasado del tráiler, por lo que mi visión del conjunto puede que esté sesgada (en todo caso, es la que pretende ofrecer la productora, porque la finalidad de estas piezas promocionales no es otra que condensar lo más intenso del metraje). Me he tomado la molestia de transcribir sin más, de forma inconexa, los diálogos de los personajes que en él aparecen:

«Carlos, ya no eres un crío para tanta noche, tanta pastilla y tanta niñata.» «Estoy cansada y me quiero ir a casa.» Respuesta de él, con mirada lasciva: «Pues llévame contigo». «Es mi amiga y hacerle esto…» Consolación de otra amiga: «Que no es tan terrible». «La vida hay que vivirla a tope, tío, a tope.» «¿Y tú qué haces?» Respuesta: «No esconderme, vivir, drogarme, follar». «Quería saber si estabas bien.» Respuesta: «Estoy de puta madre». «Y tú, ¿no te engañas nunca?» Respuesta: «Yo…». «¿Por qué has tenido que venir a joderme la vida? ¿No te das cuenta que [sic] yo estaba bien así?» El tráiler concluye con este mensaje: «Quieres oír, mirar, tocar, sentir. Lo quieres todo».

Los realizadores de la película ya adelantaban que iba a resultar polémica. ¿Por emplear como gancho unas caras conocidas para suministrar a sus previsibles espectadores una buena ración de zafiedad? Han acertado con la fórmula. ¿Por reflejar de manera descarnada –aunque con abundante carne espasmódica– los impulsos y debilidades de una porción de los jóvenes de hoy? Muy audaces por su parte, a estas alturas. ¿Por proponer a unos personajes inanes como modelo de lo que no ha de ser una pauta aconsejable de comportamiento? Demasiado bien escogido el plantel de guapos y famosos, y demasiado regocijo en el detalle, que induce a la emulación más que a la reprobación. Mentiras y gordas para verdades todavía más gordas: esto es lo que gusta, esto es lo que triunfa. Goya al mejor detrito.

 
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