Cohesión y firmeza

Ayer se libró en la capital del Reino Unido otra cobarde batalla de esta guerra asimétrica que el islamismo radical declaró el 11 de septiembre de 2001 al mundo libre en su propio territorio. No se conoce aún el número exacto de muertos y heridos en el momento de redactar estas líneas, pero van confirmándose los temores de una masacre. Sea para las víctimas nuestra solidaridad y para los mandatarios del pueblo británico nuestro apoyo.

Tras la congoja y el desasosiego que obviamente provoca este tipo de ataques indiscriminados contra la población civil, conviene que mantengamos el temple para no perder de vista cuáles son los objetivos de estos fanáticos y cómo deben ser, en consecuencia, nuestras reacciones. Pese a que el empleo del terror se sitúa bajo el signo de la irracionalidad, por la saña y la bajeza extremas que comporta y por el sufrimiento que conlleva, es no obstante un arma dirigida racionalmente a un fin muy concreto.

En un documento elaborado por la propia Al Qaeda, se afirma que sus combates dispersos incluyen a las sociedades para «aniquilar el apoyo de la población a sus soldados» y que las nuevas acciones descansarán «en el uso de los medios de masas y de las redes de información con el fin de influir en la opinión pública y a través de ella en la elite gobernante». Huelga añadir comentarios sobre lo que ocurrió en España durante el 11-M y los días sucesivos, con unas elecciones de por medio. El plan salió al milímetro.

Las sociedades anglosajonas se caracterizan por su confianza en las instituciones y por su determinación para perseguir a quienes pretenden destruirlas. Bush accedió a su segundo mandato tras ser el presidente con mayor número de votos en toda la historia de los Estados Unidos. El australiano Howard, implacable en su postura frente al terrorismo, revalidó su puesto con una mayoría abrumadora. Blair venció también holgadamente en las últimas elecciones. Esperemos que en esta hora trágica el pueblo británico no le demande aquello que no debe otorgar.

Si bajo el peso de la rabia y el dolor arreciaran las protestas para retirar las tropas de Irak –haya o no haya tenido relación este atentado con aquel conflicto–, y si en efecto el primer ministro accediera, los fanáticos volverían a anotarse una victoria en su macabra lista, que incluye sucesivamente, según ellos, Afganistán, Somalia, Chechenia, Líbano y, como último eslabón, justificado con todos los pretextos gubernamentales que se quiera, España. Es de esperar que el gran pueblo británico sepa de nuevo cumplir con su responsabilidad. Herido, pero cohesionado y firme.

 
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