Comisiones y campañas

Galbraith en su magistral obra sobre el crack del 29 aseguraba que la reacción de los años treinta y treinta y uno, consistente en reunir comisiones para mostrar que se reunían, era un vicio americano con un principal   objetivo: probar que los políticos y los grandes empresarios hacían algo. Parece que incluso aquello servía para tranquilizar a la opinión pública. Puede que fuese un vicio americano pero desde luego lo hemos acogido con el entusiasmo con el que nos unimos a las cajetillas de Malboro. Ahora que vamos camino de colonia penitenciaria de Obama, con nuestros guantanameros, este entusiasmo resulta menos llamativo que hace unos años pero es igualmente injustificable. Reunirse para no hacer nada, o sin saber que hacer o sin atreverse a hacerlo no da para mucho, la inactividad pura es menos popular pero, desde luego, más barata.

La creación de comisiones puramente demostrativas, teatrales o con el ánimo de llenar dos telediarios, media de las medidas que padecemos, no es el único vicio en el que caemos. De la izquierda recibimos el otro gran remedio de la temporada económica: las concienciaciones. Esto de concienciarse siempre ha sido sospechoso. Parece, en efecto, que la concienciación tiene elementos que superan el mero caer en la cuenta, o la apreciación directa de lo que realmente nos acontece. La concienciación supone una “conciencia” superadora que olvidando los puros datos de la realidad permita una movilización progresista. Las concienciaciones dan mucho miedo pues cuando se han aplicado en algunos países, recuérdese el complot de los ingenieros soviéticos o las subidas de precios en Venezuela, se han traducido en el diseño de chivos expiatorios. De momento la campaña ha empezado sólo con buen rollito, financiada por las cámaras de comercio, y con un voluntarista “entre todos podemos”, siempre que no pongamos en cuestión los elemento básicos del Stablishment. Matar crisis con anuncios es un vicio repetido, acordémonos de los carteles del plan “E”. Ahora las entidades semipúblicas financian una campaña con rostros populares. Alguien podría pensar que están manipulados pero hay que entenderlos, la tentación de hacer de Alicia en el País de las Maravillas es demasiado poderosa; lo de ser críticos es más antipático y, desde luego, menos rentable.

 
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