Corinna

En menos de un año, desde la cacería delatora del rey en Botsuana, Corinna ha pasado de murmullo a estruendo en la vida nacional. Tras insinuarse sotto voce su existencia, tal y como se hacía por entonces, ha dado el salto a la portada del ¡Hola!, que en la España intrahistórica dada a las hablillas constituye la mayor confirmación de que alguien es alguien.

Esa foto de primera página nos la muestra en oportuno claroscuro —sospechosa/glamurosa—, con fondo y suéter negros de los que emergen crenchas casi platino, hipertrofia de labios con rostro en segundo plano, diamante prendido al lóbulo y pulsera antebrazo abajo. Como parte de la pose, se acerca el puño cerrado a la frente. ¿Saludo republicano de alto standing? Por favor, hombre, por favor. Que estamos hablando de la amiga entrañable.

Dice este confidencial que dicen las fuentes policiales consultadas que Corinna es arrogante. Y cómo no serlo. Que tiene sus caprichos. Y cómo no tenerlos. Corinna andaba hasta ahora por Madrid entre las sombras como el sol cuando es de noche, con la certeza de que al alba va a despuntar y a hacerse imprescindible. Arrogante y caprichosa, por supuesto. Y menos mal. Solo faltaría que le cogiésemos ley, a ella, que es la otra.

Una Corinna zu Sayn-Wittgenstein que fuese simplemente Corina, sin la vistosa n geminada, sin la altivez del apellido, sin el relleno de los labios, sin esos ojos zarcos que dan frío, sin esa lánguida rubiez ajena al fenotipo de aquí de tolavida, sin apenas antojos, sin ostentaciones notables, antes al contrario, humilde, campechana, sencillota..., podría llegar a caer bien a los españoles, y eso sí que no, eso sí que sería lo último. Por un patriotismo elemental que no necesita explicaciones, es una bendición que se nos haga odiosa en redondo, sin fisuras por las que pudiera al cabo filtrarse algo de adhesión a la venal advenediza.

Ni siquiera es suyo el mérito por el que Corinna me suscita cierto interés peliculero. Fueron los servicios de información los que le pusieron el nombre en clave de Ingrid para hacer su seguimiento. Con ese alias la veo desdoblada en personaje de ficción. Así ha ido la princesa postiza, o mejor su sosias, de acá para allá como una rubia de Hitchcock, protagonizando su propia película, enjoyada como Grace Kelly en Atrapa a un ladrón, atribulada de secretos inconfesables como Eva Marie Saint en Con la muerte en los talones. Según la que le está cayendo estos días, no es improbable que ahora se sienta más bien como Janet Leigh en Psicosis. Una piel ebúrnea desgarrada por lenguas como filos.

 
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