Crónica a pie de urna

Elecciones en Galicia. Vengo de tomar un café con mi confidente habitual para que me aclare un poco la situación electoral. Nos toca votar este domingo y tenemos la costumbre de discutirlo antes, para no caer en el voto rutinario y perezoso. La conclusión de la conversación es sencilla: da igual lo que digan las encuestas, las fuerzas socialistas-nacionalistas y populares están empatadas, pero por lo bajo. Y esa es la clave. De las elecciones del próximo domingo no saldrá un vencedor, sino varios perdedores. También concluimos que los votantes, los vivos y los muertos –ya saben que aquí votan hasta las piedras-, tenemos en nuestras manos la posibilidad de imprimir una importante huella en el destino político de toda España. Dada la situación política española parece claro que no se trata sólo de votar por Galicia. Durante la charla hablamos también de corrupción, de amiguismo, de economía, de sectarismo y de carterismo institucional. De política, vamos.

La anterior campaña electoral fue especialmente tensa. Recuerdo entonces haber escuchado en varios bares el chistecito preferido de las juventudes socialistas y nacionalistas: “¡Póngame un Manuel Fraga con Coca Cola!”, en lugar de pedir “un ron Cacique con Coca Cola”. Graciosísimo. La cuestión es que ahora el mismo chiste, con la misma gracia, lo podrían hacer otros al hablar de Touriño o de Quintana. Pasan los años pero la vida sigue igual: en Galicia se nos caen hasta las montañas y en la administración autonómica nos siguen obligando a rellenar impresos redactados en un gallego tan oficialista, tan ridículo y tan artificial, que nuestros bisabuelos y los de Rosalía creerían que se trata de húngaro o kazajo.

Lo del presidente de la Xunta es exactamente lo que parece al leer hoy la prensa. Ni siquiera los más fans de “O Presidente” –como se hace llamar- han logrado ignorar su bochornosa afición al lujo. Con alguna excepción. Porque leo con asombro en El Bierzo Digital una entrevista a un secretario de la Xunta en la que asegura que después de haber trabajado en el Ayuntamiento de Talavera de la Reina, en la Junta de Castilla La Mancha, en la Comunidad de Madrid y en no se cuántos sitios más, está en condiciones de afirmar que de todos los líderes que ha conocido “Touriño es el más austero y el más moderado”. ¡Cómo serían los otros!

Por su parte, Quintana, en estos cuatro años, ha sabido esconderse mejor que algunos nacionalistas vascos o catalanes más ruidosos, pero en la recta final se ha descubierto en dos fotografías que reflejan el verdadero desprecio por la higiene democrática de las clase política que nos gobierna: una, soltando un interminable sermón al estilo castrista a un grupo de ancianitos engañados que aterrizaron en un mitin cuando creían que viajaban a conocer Portugal; y la otra, hoy portada de ABC por mérito de Lanacion.es, en la que aparece espatarrado en el lujoso velero de un empresario al que meses después la Xunta adjudicó un suculento contrato de energía eólica. Así da gusto.

Y, por último, el PP. Con Rajoy con el agua al cuello, jugándose todo en estas elecciones. Con Feijoo dando tumbos ideológicos y diciendo en cada medio de comunicación exactamente lo que su audiencia quiere escuchar. Con un candidato que asegura que si llega a la presidencia respetará la libertad y el bilingüismo en Galicia, pero al que aún no he logrado escucharle un solo anuncio publicitario radiofónico en castellano. Etcétera.

Ni siquiera resulta creíble Rosa Díez tras el esfuerzo de UPyD por eliminar de su programa gallego todo aquello que pudiera molestar a los votantes de derechas. No parece más que una maniobra electoralista para ganarse el apoyo de ese amplio sector del PP que quiere deshacerse del Rajoy descafeinado y vacilante de ahora. UPyD tendrá sentido el día que logre reunir a su alrededor a la izquierda nacional y española que se dio a la fuga hace años y de la que no queda ni rastro en las autonomías socialistas. Mientras tanto me temo que engordará el llamado voto inútil.

Así está el panorama a pie de urna. Desolador. Mi confidente y yo tampoco pedíamos tanto. Sólo queríamos una administración que al menos aparentase cierta austeridad. Un poco más de libertad para hablar y educar en la lengua que nos de la gana. Pedíamos un poquito menos de caciquismo en las instituciones -no se pierdan la lista de “enchufados” de la Xunta que publica hoy Intereconomía-. Pero como ningún candidato se muestra decidido a defender todo esto con sinceridad y valentía, el domingo en Galicia votaremos otra vez a lo mejor de lo peor, pero esta vez con la certeza de que son todos o muy malos o muy golfos. O ambas cosas.

 
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