Debates de importación

No sólo es deficitaria nuestra balanza comercial en cuanto a bienes y servicios, lo que sin duda constituye un problema para la economía española. Sucede que también importamos un volumen excesivo de debate como compensación a nuestra escasa productividad en ese ámbito. El problema aquí afecta al vigor de las instituciones, que deberían ser reflejo de una democracia verdaderamente representativa, agónica en sentido unamuniano, vibrante y presta a la cívica confrontación de las ideas. Ese espacio que deja el escamoteo de una saludable discusión tiende a rellenarlo la política en su aspecto menos noble.

Ha habido cuestiones de enorme trascendencia que en nuestro país se han despachado por la vía perentoria de la decisión ejecutiva, sin que hayamos visto contraponerse con el mismo nivel de combatividad legítima los diversos argumentos encontrados. Esta asimetría falseadora de los verdaderos términos del debate se ha producido normalmente por incomparecencia acomplejada o táctica de una de las partes. Así, por lo común, en España hay polémica y rifirrafe, pero no propiamente controversia, que implica la discusión fructífera y, quizá, como requisito previo, la igualdad de condiciones de partida.

Uno de esos grandes debates a los que permanecimos casi ajenos, de no ser por dos o tres medios de comunicación aguerridos, fue el de la intervención militar en Irak. El Gobierno de entonces adoptó una decisión en firme, respaldada por todo su grupo parlamentario más un diputado suelto, pero fue muy timorato a la hora de explicarse ante una opinión pública que estaba siendo pasto de la más inflamable demagogia. Mientras Aznar tiraba hacia delante sin arriesgar apenas en la batalla dialéctica, Tony Blair se exponía continuamente en los medios públicos y daba de su postura una razón argumentada.

Otro gran debate fallido en España fue el del tratado constitucional europeo. A rebufo de los noes que le han opuesto Francia y Holanda, nos hemos dado cuenta de que el voto afirmativo no era el undécimo mandamiento. Aquí llegaron a hacérnoslo creer, los unos con la boca grande y los otros con la boca chica. Una vez más, fueron dos o tres medios aguerridos los que proporcionaron razones serias –no fuleras, como otros partidarios de misma opción negativa– para rechazar que se aprobase aquel texto hoy malherido. Fuimos «los primeros con Europa», como rezaba el eslogan propagandístico. Eso sí, con más pena y prisa que gloria.

Finalmente, el debate que me ha llevado a escribir estas líneas se está desarrollando en Italia. Los días 12 y 13 de junio va a celebrarse un referéndum en este país sobre la investigación con embriones, y El Mundo ha reproducido sendos artículos apasionantes de Giovanni Sartori y Oriana Fallaci, el primero a favor y la segunda en contra. De nuevo, el debate de altos vuelos, el intercambio de pareceres con donosas logomaquias y sus respectivas movilizaciones sociales han de ser para nosotros importados. Lo que allende nuestras fronteras trepida en los periódicos… vegeta aquí en el BOE y, con honrosas excepciones, poco más.

 
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