Decoros con retroactividad

Ni con todo su bonapartismo algo bufo de alzas y jeribeques ha logrado el pequeño Nicolás impedir la difusión del vídeo. Gracias en parte a ese arranque censor, Carla ha abierto telediarios, Carla ha entrado con su joven y pícara cara lavada en los medios digitales, donde la noticia se explica por sí sola con un simple enlace a Youtube. No se sabe qué tiene más gracia, si la palabra domingas en boca de Carla o el éxito indiscutible del pequeño Nicolás en evitarnos conocer pasadas osadías de su cónyuge.

Perdida a estas alturas sin remedio la batalla del escamoteo, lo más saludable sería aceptar estos tragos con resignación y humor si se puede. Cierto que una oración como «me pones muy cachonda» –aunque se diga, como la dijo Carla, en alemán, que parece que atempera– no ayuda demasiado a consolidar las comparaciones al uso de la ex modelo con Jacqueline Kennedy. Tampoco deja de sorprender que la consorte de un jefe de Estado –y para más ironía, representante del principal partido conservador– saque de su bolso, como vademécum en las jornadas de compras por todo el mundo, los dos tomitos de las Guías internacionales del amor y el sexo caliente. Algún asesor áulico, como recurso a la desesperada, quizá hasta haya intentado lustrar aquella lejana emisión susurrando al oído del cabreado presidente que, en fin, se trataría de la mejor diplomacia de Talleyrand continuada por otros medios.

La Carla de hoy se ha mostrado «horrorizada y consternada» ante la Carla de hace catorce años. Cabe la duda razonable sobre el motivo. O es arrepentimiento sincero por aquella actitud descocada, o es temor por la conciencia de la erosión que, ante ciertos sectores de la sociedad, la joven casquivana que fue, o que dio la impresión de ser, causa a su bien estudiada imagen actual de señora ejemplar dentro de su estatus. En resumidas cuentas, ¿hubiese guardado Carla bajo siete llaves las guías, de haber sabido entonces que llegaría a vivir en el Elíseo? ¿Su horror y su consternación actuales serían menores, o incluso nulos, si el marido hubiese reaccionado con una risa indulgente y no con el empeño cesarista de borrar toda huella de excesivas frescuras? En el cálculo de posibles daños no conviene soslayar algo importante: ante unos hechos consumados, en términos de popularidad –los que interesan a los políticos– acaba aceptándose mejor a quien admite sus debilidades e incluso las integra, convenientemente filtradas, como rasgo de carácter, que a quien elabora decoros con retroactividad e incurre así en la hipocresía.

 
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