Deslegitimación social del terrorismo

Según parece, el Gobierno, nuevamente, se dispone a acometer viejas, fallidas e inmorales estrategias del pasado para dar la enésima oportunidad a los terroristas de convertirse en ciudadanos plenamente integrados en la «normalidad democrática.»

Las maquinaciones puestas en marcha con conversaciones, acercamientos, cartas de presos y escandalosas excarcelaciones buscan crear un cauce a través del cual el entorno que ha dado soporte social, político, económico y moral a Eta pueda reubicarse en una formación política nueva y «pura», compuesta por personas dispuestas a defender sus ideas a través de los mecanismos democráticos y sus instituciones, que tanto han demostrado respetar. La trayectoria anterior de esas «íntegras» personas no importa. Que hayan estado involucradas o hayan prestado apoyo durante decenas de años al terrorismo, queda olvidado. Sus reiteradas negativas a condenar el terrorismo o sus cuentas pendientes con la Justicia, tampoco importan. Porque ellos son los elegidos para poner en pie la quimera del Gobierno: un mundo feliz en el que los antiguos asesinos y sus cómplices se convierten en inocentes ciudadanos plenamente integrados en una idílica sociedad en paz.

Así, nos encontramos con que por una parte, el Lehendakari dice trabajar por la «deslegitimación social del terrorismo» y lo repite constantemente en sus intervenciones públicas y por otra se pretende facilitar una plataforma legal para que el conglomerado social que lo sustenta siga estando presente en la sociedad.

Quieren que los lobos se conviertan en corderos y formen parte del «rebaño». Pero para conseguir que las nuevas generaciones de vascos sean educadas en la tolerancia, en el respeto a los derechos humanos y a las libertades individuales no debe ni tan siquiera existir la opción de formaciones políticas que hunden sus raíces en la muerte y la destrucción.

Hay que erradicar esa forma de pensar y de vivir y no son precisamente quienes la han ejercido los que pueden hacerlo sino quienes tienen una trayectoria real de compromiso con la democracia y con la libertad y de cuyos valores humanos nadie pueda dudar. Ese es el tipo de personas que hacen falta para construir un futuro mucho mejor para el País Vasco y para España, no gentuza como Otegui, Díaz Usabiaga, Ternera o de Juana. Esos ya tienen un pasado, un pasado execrable y su porvenir sólo puede ser que paguen por sus delitos y que caigan en las cloacas del olvido como la escoria que son.

 
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