Después de Castro los cubanos lo pasarán mal

Es evidente que en el próximo decenio a Cuba le esperan cambios radicales. El Fidel caduco y el Raúl no menos caduco ya no son capaces de oponerse a los cambios, mientras que en el horizonte político cubano no se divisan figuras jóvenes equivalentes a los hermanos. Procede señalar que personalidades como Fidel son un fenómeno extraordinario porque los últimos decenios los hermanos Castro practicaron una sistemática depuración de la élite política, de modo tal que, en el mejor de los casos, en su nómina han quedado los ayudantes fieles, no los más talentosos. Pero en los próximos diez años, la propia fidelidad a los ideales de Castro se someterá a duras pruebas. Lo único que podemos hacer es suposiciones: ¿quién en la “férrea” cohorte política cubana actual será el primero en ver carcomidos sus principios?   Dicho en otros términos, ya va siendo hora de hablar no de la posibilidad de cambios (ese tema ya no ofrece interés), sino del contenido de los mismos. Temo que mi pronóstico no sea del gusto de los partidarios de Castro, ni de sus adversarios. Pero ¿qué hacer?   Estoy convencido de que los cambios futuros serán sumamente dolorosos para los cubanos. Lo he vivido en mi propio país. Naturalmente, por sus dimensiones, Rusia y Cuba son incomparables, sin embargo, los acercan el paso del viejo modelo socialista al capitalista, del régimen autoritario a la democracia, de la censura total a la libertad de la palabra, del sistema unipartidista al pluripartidista, etc. Ésa es la razón por la que, a mi modo de ver, las comparaciones son pertinentes. Por supuesto, hay que tener en cuenta las peculiaridades nacionales, económicas y geográficas, entre estas últimas, la proximidad de Cuba y EEUU, pero en el periodo transitorio predominarán los rasgos comunes.   Pues bien. Primero: no se debe esperar una transición suave tras la salida de Castro del proscenio político. Probablemente, durante un breve lapso de tiempo el bastón de mando pase a Raúl o a otro político menos relevante, e intentarán a todo trance mantener el país en el marco del viejo rumbo, una tarea absolutamente absurda, pero comprensible desde el punto de vista psicológico; además, ese régimen no entregará de buena gana el poder político. El castrismo se hundirá en un abrir y cerrar de ojos, porque, al igual que el antiguo régimen soviético, no será capaz de aceptar un compromiso sensato, ni de modernizar el sistema, ni de efectuar una verdadera democratización. Sin lugar a dudas, semejante régimen habrá de desaparecer de la palestra histórica.   Segundo: una luxación siempre requiere un tratamiento doloroso, inevitablemente el paciente sufrirá dolor. Pero también es cierto que el éxito del tratamiento depende de la pericia del médico. Y en esto, parece que los cubanos no tienen suerte, ya que los curanderos serán sus compatriotas de Miami y sus patrocinadores de Washington, a quienes podemos aplicar la conocida fórmula: “Ellos no han olvidado nada, ni han aprendido nada”. Esta fuerza desconoce compromisos. Agreguen a ello las fogosas pasiones de los emigrados cubanos, es decir, el odio acumulado en la época de Fidel y que profesan a todo lo que afecta a su herencia. Por consiguiente, van a romperlo todo a mano dura sin anestesia alguna.   En cuanto a la política, indudablemente en Cuba aparecerán instituciones formalmente democráticas, la Casa Blanca velará por ello, pero transcurrirán muchos años antes de que una verdadera democracia se instaure en la Isla de la Libertad. Durante largo tiempo el nuevo régimen cubano no será más que “democracia gobernable”; el poder, aun respetando las hechuras de las normas democráticas, no confiará en su propio pueblo y por esto no dejará de “introducir enmiendas desde arriba”. ¿Podrán, acaso, los antiguos emigrados cubanos confiar la suerte de la nueva Cuba a quines votaban ayer por Fidel Castro?   Por último, es indudable que muy pronto, la gente acostumbrada a vivir bajo el socialismo, sentirá nostalgia por el pasado, cuando existía la igualdad ilusoria, y por el futuro, aun cuando fuera sumamente modesto, pero nada ilusorio que les permitía subsistir de alguna manera, educar y curar a sus hijos.   Pasará mucho tiempo antes de que los cambios económicos reporten resultados positivos a amplios sectores de la población. Al principio, les espera un período indefinidamente largo y también muy doloroso de adaptación al mercado. Procede señalar que en ello, lo mismo que en la política, predominará el enfoque más radical, es decir, lo que suele llamarse “terapia de choque”. Hace unos días, el “padre” de las reformas liberales rusas, Yegor Gaidar, reveló que los emigrados cubanos de Miami se han dirigido a él pidiéndole su opinión. El motivo es comprensible: Gaidar tiene experiencia en lo que se refiere a transformar la economía socialista en capitalista. Desde luego, no se trata de que en un futuro Gaidar administre, entre bastidores, la economía cubana, pero el que los emigrados cubanos se hayan dirigido a él aclara cuáles son sus intenciones.   Pues bien, aceptando que Cuba tendrá que recorrer el camino de Rusia, ese mañana no es nada envidiable. Quisiera recordar que la variante radical-liberal de desarrollo económico adelantada por Gaidar llenó en breve plazo las tiendas rusas, pero condujo a una estratificación fantasmagórica de la sociedad: por un lado, Rusia se vio inundada de costosos automóviles extranjeros; por otro, de niños vagabundos y jubilados indigentes. Sólo ahora el Gobierno de Putin ha asumido la tarea de corregir esa situación ignominiosa, mediante la realización (lo intentan) de toda una serie de proyectos nacionales. Sólo ahora Rusia puede sentirse orgullosa del estable incremento de su PIB y de la recuperación de su prestigio en el ámbito internacional. Aún ayer los rusos estaban tremendamente doloridos. Por supuesto, la pequeña estratificación social registrada en Cuba a raíz de cierta liberalización forzosa de su economía, motivada por la interrupción de las dotaciones monetarias soviéticas después de desintegrada la URSS, no tiene ni punto de comparación con la estratificación en ricos y pobres que espera a Cuba durante la realización de reformas económicas liberales radicales.   Hay otro motivo por el que los cubanos deberán afrontar cambios dolorosos en extremo. Ellos se han acostumbrado al papel especial que desempeñan en el quehacer internacional, a su soberanía e independencia. Pero está claro que el retorno de la influencia norteamericana a la isla —que los repatriados de Miami traerán inevitablemente en sus valijas—, afectará la conciencia nacional y la dignidad de los ciudadanos cubanos, provocando irritación extrema en la mayoría de ellos. Máxime si tenemos en cuenta que la política estadounidense jamás se distingue por la flexibilidad ni por el tacto. No creo que de improviso se produzcan cambios en la actitud rígida de Washington hacia Cuba. También a este respecto la escisión en la sociedad cubana será casi inevitable, y se requerirán tiempo y esfuerzos para poder superarla.   Por último, la mafia cubana ya está haciendo las maletas para volver a casa. No es arriesgado pronosticar su futuro crecimiento e influencia en Cuba, ni se descarta la posibilidad de que la isla se convierta de nuevo en un gran casino.   En pocas palabras, aconsejo a quienes esperan que después de Castro el bienestar, la democracia y la pureza moral regresen de inmediato a la isla que no se hagan ilusiones.

 
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