Elefante tan joven

Caminaba tranquilamente por una céntrica calle. Casi todas las calles que aparecen en los artículos son céntricas. A pleno sol, a media mañana. Decenas de transeúntes en ambas direcciones. Paseaba junto a las grandes oficinas de una conocida firma. Casi todas las firmas que se citan en los artículos son conocidas. De pronto divisé a un tipo corpulento abrazando y palmeando en la espalda a una señora de avanzada edad. A su alrededor, decenas de cámaras disparando sin tregua. Instantes después, el mismo hombre, con su gigantesca sonrisa, asaltaba a una madre para besar la frente de su niña, de no más de tres años. Besada la niña, levantó la mirada y la posó en la mía, haciéndome entender que sería su próxima víctima. En mi mente saltaron las alarmas: me llamarán Numancia, si es necesario. Ágil cual liebre huyendo de un ecologista de Al Gore, lo driblé en el espacio en el que cabe la punta de un alfiler. De haber tenido un balón en los píes, me habría entretenido haciéndole un buen caño a cámara lenta, porque la verdad es que vino hacia a mí con la torpeza en las piernas de quien no ha disputado jamás un partido de fútbol. Detalles deportivos al margen, lo cierto es que lo esquivé al borde del abismo. A él y a sus enormes brazos, abiertos al infinito como un molino, no sé si esperando el maná o suplicando atención. Seguí mi camino decidido durante unos metros. Aún sobresaltado, volví la vista hacia atrás, y allí estaba de nuevo, con otra anciana despistada, desviviéndose en apretones de manos y sonrisas. En la calle, en el suelo, reflejaba el papel plastificado de cientos de folletos electorales. Los de su partido.

En el gigantesco barco de los tontos de la política nacional ya no cabe ni uno más. Si uno, por ser más tonto aún que el resto, tratara de subirse a la fuerza, otro caería al agua sin remedio. Y todos lo celebrarían, en su bobería, con su irracional forma de entender la vida como una competición en la que lo único importante es mantenerse a flote y ver al enemigo flotando entre las olas. Como inconscientes chiquillos sembrando mediocridad, festejando la idiocia de sus iguales, sin darse cuenta de que son, eso, iguales. Como cortados por el mismo patrón. Y ahora nos vienen con besos y abrazos sorpresa. Como antaño. Tantos cientos de asesores de imagen estudiando como empollones las nuevas tendencias de la manipulación -digo, de la comunicación- para volver a la misma gansada de toda la vida. La foto con el niño. La anciana asfixiada entre abrazos interminables. Ni una sola idea. Ni un proyecto creíble. Incluso los valiosos, los inteligentes –que los hay-, han tenido que venirse a menos, para no desentonar. Y así ha pasado la campaña. Sin contenido. Sólo fotos. Eslóganes. Como si fuéramos todos igual de manipulables, de mansitos, de domesticables. De tontos. Y tal vez lo somos, sostiene un buen amigo. De lo contrario, cambiarían de estrategia.

Diez esforzados minutos le he dedicado a toda la campaña electoral, si es que esto que ha habido puede llamarse así. Diez minutos y sé lo suficiente sobre los argumentos de los principales partidos que se presentan. La triple A: Aborto, aviones y abrazos. Da igual si son europeas o las de una comunidad de vecinos. Así es el eje de cualquier campaña electoral española en el 2009. La idea más elevada que he podido escuchar en los espacios electorales audiovisuales que inundan Internet se resume en esto: “ellos mienten”. Qué despilfarro de energía, qué originalidad, qué sabiduría. Ya sé por qué he sido incapaz de seguir de cerca esta campaña: no estoy preparado para semejante derroche de conocimiento en un solo mitin.

Pero no hay mal que por bien no venga. He pensado que entre tanta mediocridad no debe ser difícil destacar y hacerse un hueco. Si sólo se trata de abrazar, sonreír y apuñalar a propios y extraños, estoy seguro de que podré hacerlo estupendamente. Así que ya lo saben: si queda algún sillón vacío en Europa me ofrezco voluntario. ¡Dinosaurio tan joven! ¡Elefante a las puertas de tan apacible cementerio! La ilusión de mi vida. Vivir entre Bruselas y alguna isla tropical con buenas vistas a la playa. Contemplar las cúpulas de Barceló, tomar el té con algún diplomático parlanchín alemán al que no le entienda nada ni él a mí, y cobrar como si realmente me jugara la vida por algo importante. Ahora levanto la mano, ahora pulso un botón y, venga, que traigan más leyes europeas. Y cada cinco añitos, un librito. Para que no se diga. Para que no comenten en Madrid que me he dado al veraneo crónico, que vivo tumbado a la bartola. También daré alguna conferencia. Prepararé una sobre el cambio climático, que eso se paga muy bien. Que me llamen ya, por favor. Ya sabemos que en todos los partidos, de cada cinco, trabaja uno. Y de cada diez, descansan quince. Sí, ya sé que no salen las cuentas. Precisamente por eso me atrae el viaje a esta Europa electoral. Llámenme ya. De dónde sea.

 
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