Estrellas en el fanal

Hay una manera más delicada y risueña de atenuar el voltaje mítico de las estrellas de cine que la aplicada por David Lynch en Inland Empire, donde el personaje que encarna Laura Dern muere vomitando sangre, con gran truculencia simbólica, en pleno Paseo de la Fama de Hollywood. Esa manera más aceptable y morigerada consiste en mostrar a las grandes celebridades tal como eran sin oropel, y es lo que hizo el otro día en Nueva York la documentalista del Archivo de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas, que organizó una exhibición de cintas inéditas con imágenes caseras o tomadas en el transcurso de algún rodaje. 

Así –según detallan las informaciones–, puede verse, entre otros, a Alfred Hitchcock caminando de rodillas mientras lleva encaramada sobre la espalda a su pequeña Pat; a Esther Williams enseñando los rudimentos de la natación a uno de sus hijos; a Steve McQueen, en compañía de prole y amigos, evolucionando con su moto por un descampado de Beverly Hills. Frente a los espejismos de la ficción, será vano interpretar esas apariciones como el cameo ritual del director británico, la fresca cinegenia acuática de la «Sirena de América» o la nueva gran evasión hacia la libertad a lomos de una Harley.

Los protagonistas son quienes aparentan, sin atenerse a otro fingimiento que el de la naturalidad. Acostumbrados como estamos a presenciarlos bajo la potente luz de un foco, sea el del estudio o el del trayecto alfombrado de rojo que va de la limusina al auditorio, en las imágenes macilentas de una grabación doméstica aparecen, curiosamente, nimbados de una extraña irrealidad. La sonrisa o el gesto serio en el semblante adquieren otro cariz cuando no se proyectan hacia el sinnúmero de espectadores y la eternidad de las filmotecas, sino hacia una memoria familiar con una pretensión sencilla: que el nieto sepa cómo era de verdad aquel abuelo tan famoso.

De vez en vez habrá que revisar esas antiguas filmaciones para contemplar en vivo lo que de otro modo nos es accesible, nada más, en la letra muerta de las biografías. Suelen éstas narrar el camino ascendente que llevó al sencillo muchacho, a la adolescente soñadora, del oscuro anonimato a la condición de luminaria rutilante. Acaso de este modo, rodeados de los suyos, sin tener que alimentar mitologías, tengamos algún vislumbre de su ser primero y ya olvidado. En estas imágenes, las estrellas relumbran con un brillo distinto, más cercano, como desde detrás del vidrio de un hogareño fanal.

 
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