Europa, el genocidio armenio y Turquía

El asunto del genocidio armenio ha vuelto a las primeras planas, y ello por dos causas.   Primera, la concesión del Nobel de Literatura al excelente escritor turco, Orhan Pamuk, a quien las autoridades de su país estuvieron a punto de encarcelar no hace mucho por haber reconocido en público el hecho del genocidio armenio practicado en 1915, admisión que las leyes de Turquía consideran “alta traición”. Al escritor lo salvó la solidaridad internacional, pero la presión ejercida por el poder tuvo sus consecuencias, y cuando Pamuk visitó Moscú tras ese escándalo internacional, para asistir a la presentación de la edición rusa de uno de sus libros, se negó rotundamente a contestar a las preguntas relacionadas con ese tema. Era comprensible: quería regresar a su patria y a Estambul, protagonista de todas sus obras.   En este contexto, la decisión tomada por el Comité del Premio Nobel provocó confusión en Turquía, pues son raras las ocasiones en que tan alto galardón se entrega a un ciudadano acusado de traicionar a su patria.   Aun mayor resonancia provocó la ley que acaba de aprobar la cámara baja del Parlamento francés (segunda causa), suerte de “reflejo en el espejo” de la ley turca del genocidio armenio: si en Estambul meten en la cárcel a quienes admiten la realidad histórica del genocidio, la ley francesa establece responsabilidad penal para quienes lo nieguen.   La aprobación de semejante ley no obedece a razones de política internacional, sino de consumo interno y con las próximas elecciones; por ello, existen dudas sobre si la Cámara Alta convalidará o no el texto, y si no se sabe si el Presidente lo ratificará con su firma. Además, lo indiscutible del genocidio armenio ya fue reconocido oficialmente en Francia en 2001. Por cierto, que prácticamente en el mismo momento en que los diputados votaban, el presidente Jacques Chirac se encontraba de visita en Armenia, depositando una ofrenda floral al pie del monumento a las víctimas del genocidio.   Cabe señalar que la fecha oficial del genocidio —1915— tiene carácter de convención. Atroces pogromos contra los armenios se sucedían también antes de ese año, por lo cual la versión turca de que lo hecho fue producto de una época de guerra no resiste el más mínimo análisis. Además, los turcos exterminaron no sólo a armenios, sino también a griegos, serbios y otros muchos cristianos.   Impresiona la oleada de la indignación que se ha levantado en Turquía después de que Europa sacara de nuevo a colación este espinoso asunto.   El ruido levantado en Turquía suscita numerosos interrogantes. La principal es la siguiente: ¿vale la pena admitir en la Unión Europea a un país que no quiere reconocer su culpa por los atroces crímenes del pasado y arrepentirse? El respeto hacia Alemania sólo aumentó después de que el país, por boca de sus autoridades, admitiera honestamente toda la verdad sobre el Holocausto. ¿Qué es lo que le impide a Turquía hacer lo propio?   A mi modo de ver, de la decisión que se tome sobre el ingreso de Turquía en la UE depende la supervivencia de la civilización europea en el siglo XXI. La vieja civilización europea ya está a punto de resquebrajarse por la afluencia de inmigrantes. Quizá ese nuevo matiz cultural añada un poco de viveza a Europa, pero los europeos pierden más cada año que pasa, disolviéndose en el carnaval de los advenedizos. Si Europa no puede con los inmigrantes que ya se han instalado bajo su techo, ¿qué ocurrirá cuando abra sus puertas a Turquía de par en par? Los ilusos creen que Europa saldrá ganando, pero los realistas deberían pensarlo bien.   Existe también el aspecto religioso del problema, ante el que Europa intenta hacer la vista gorda. Pero la corrección política, tan útil en la vida cotidiana, es muy nociva para un análisis serio. Verlo todo de color de rosa significa tergiversar la realidad y, por consiguiente, condenarse a tomar decisiones erróneas.   Se puede utilizar ampliamente el lenguaje de Esopo, evitando pronunciar una palabra “incómoda”: islamismo. Pero si uno quiere vivir y sobrevivir en un mundo real, debe ojear periódicos viejos, ver los nombres de los terroristas, enterarse de quiénes fueron los que los adiestraron y quiénes les facilitaron el dinero, pues sólo de este modo se puede organizar la defensa real para uno mismo y para los hijos de uno.   ¿Por qué el cristianismo reconoce sus errores de antes, se arrepiente y pide perdón? ¿Por qué, en llamativo contraste, el islamismo no desea hacerlo? Según dijo con acierto el padre ortodoxo Kuraev, en vez de encaminarse hacia el futuro y reconsiderar su pasado, el islamismo organiza periódicamente “tandas de odio”, valiéndose de cualquier pretexto: el problema del velo, el escándalo de las caricaturas o la errónea interpretación de una cita antigua traída a colación por Benedicto XVI. En esas “tandas”, siempre se registran víctimas entre los cristianos que son atacados y a veces asesinados.   No es de extrañar por ello que hace poco la administración de un teatro de ópera alemán decidiera suspender una representación en la que estaba presente un motivo musulmán, por miedo a la reacción iracunda de los fanáticos. Aunque la canciller Angela Merkel se opuso a ello, el espectáculo fue cancelado, lo cual significa que el miedo ya ha cundido en la vieja Europa.   Por supuesto, no todo musulmán apoya esos actos de odio con los que se persigue el objetivo de unir el mundo musulmán sobre una base concreta, ni todo adepto del profeta Mahoma es terrorista. Pero es innegable que en el siglo XXI el islamismo crea problemas al resto de la Humanidad.   Algunos sostienen que son problemas de crecimiento, pero no de esencia de la fe musulmana. Espero que así sea. Pero antes de invitar a casa de uno a alguien así, más sensato sería esperar a que pase su etapa de “agresividad adolescente”.   Otros intentan justificar el extremismo islámico a partir de la insolencia que muestran periódicamente los fieles de otras religiones con respecto a los musulmanes. Sí, se dan tales casos. Pero se debe distinguir entre la insolencia y el derecho a decir la verdad, también a los musulmanes. El musulmán debe aprender a apreciar la libertad de palabra y a respetar la opinión del interlocutor. Pues caso contrario resulta que el musulmán puede decir cualquier cosa, y a él no se le puede decir nada. Esto último ya no es corrección política, sino absurdo.   Según un tercer grupo, todo es fruto de la injusticia social. Es una opinión que tiene el derecho a existir. Sí, se debe ayudar a los vecinos a erradicar la injusticia social por todos los medios sensatos, en vez de profundizarla.   Pero en lo que respecta a abrir despreocupadamente de par en par y ante cualquiera las puertas de la casa europea, parece obvio que el momento actual es poco oportuno para hacerlo.

 
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