Euroyihadismo: mis contactos con El Tunecino

El intelectual francés Oliver Roy, autor de referencia en temas relacionados con el islamismo, ha investigado sobre la manera en que el Islam se ha ido transformando en Occidente. Una de sus tesis principales -reforzada tras los atentados de Londres- se basa en afirmar que el principal granero en el que Al Qaeda encuentra materia prima para moldear yihadistas son los países occidentales. Los candidatos dispuestos a seguir a Bin Laden no son, en su gran mayoría, jóvenes criados en países islámicos sino personas de origen musulmán nacidos en Europa. Estas afirmaciones encajan perfectamente con lo ocurrido en Londres, donde los terroristas eran de origen paquistaní pero nacidos en el Reino Unido.

La mayoría de los musulmanes no son salafistas y la mayoría de los salafistas no son terroristas, pero la yihad terrorista global se basa en una lectura salafista del Islam. El término salafismo (salafiyyah), que alude a los compañeros de Mahoma, se utiliza para definir un movimiento que pretende devolver al Islam la pureza de sus orígenes, basándose en una lectura literal del Corán y de la tradición (sunna), y rechazando no sólo todas las innovaciones derivadas de la influencia occidental, sino también toda la cultura que los musulmanes han venido elaborando con posterioridad al momento fundacional.

Según Oliver Roy, el atractivo del salafismo se basa en su simplicidad, ya que parece ofrecer una respuesta unívoca a todos los dilemas morales que plantea la vida. Por otro lado, al no estar ligado a la tradición cultural específica de ningún país, prende muy bien entre aquellos jóvenes musulmanes desarraigados de sus culturas de origen por la emigración, a los que ofrece una integración en la comunidad musulmana universal, la umma.

La gran pregunta es por qué resulta atractivo para tantos musulmanes el llamamiento de Al Qaeda al terror y a la muerte. Que el atractivo existe es indudable. En muchos países musulmanes existe un caldo de cultivo favorable para la difusión de la ideología yihadista, pero buena parte de los protagonistas de la yihad global son jóvenes musulmanes que residen en Occidente. Todos los grandes atentados cometidos en los últimos años en América del Norte y Europa Occidental, con excepción del de Oklahoma City, han sido obra de grupos terroristas que reclutan en las comunidades musulmanas de Occidente o las utilizan como refugio. Esto implica que, en parte, la radicalización que conduce a la yihad terrorista se está produciendo en nuestras propias sociedades. Y no se trata necesariamente de inmigrantes recién llegados ni de gente que se encuentre en una situación desesperada.

Con los atentados del 11-M ocurrió algo similar. Yo no soy Oliver Roy para poder escribir desde mi experiencia investigadora, pero puedo hablar desde mis largas conversaciones con El Tunecino, uno de los autores de la masacre de Madrid, que se quitó la vida en Leganés.

Conocí a Serhane Ben Abdelmajid una tarde de noviembre, cuatro meses antes de los atentados, en la madrileña calle Alenza, muy cerca de la sede desde donde, día a día, nos esforzamos por sacar adelante El Confidencial Digital. Serhane trabajaba como agente inmobiliario en una oficina de la calle Doctor Federico Rubio Gali, en el barrio de Cuatro Caminos, aunque vivía con su joven esposa en una zona mucho más chic de la capital, en Parque de las Avenidas.

Durante su jornada laboral, Serhane iba de punta en blanco con un abrigo largo que le protegía de los fríos del invierno. Estudiaba en la facultad de económicas de la Universidad Autónoma de Madrid, hablaba un castellano impecable, era extremadamente inteligente y tenía una conversación soberbiamente interesante. Llamaba la atención su expresión de tristeza, tal vez para aquellos entonces ya conocía que su final podía estar cerca. Tuve la oportunidad de charlar con él sobre muchos temas relacionados con la política internacional y el mundo árabe. Me tenía engañado: lo último que yo podía pensar es que estaba ante un islamista radical a punto de sembrar la tragedia en la ciudad que le había adoptado. Si no recuerdo mal, llevaba cerca de cinco años viviendo en Madrid y yo deducía que se sentía plenamente “occidentalizado”, al fin y al cabo provenía de un país musulmán –Túnez- que nunca se ha significado por ser un paraíso del integrismo.

Serhane sabía que yo estudio árabe y me invitó, en un par de ocasiones, a que me pusiera en contacto con un grupo de amigos suyos, que además de enseñarme esta maravillosa lengua me instruirían en la cultura musulmana y el Islam. Lástima que yo no tenía tiempo y tuve que declinar sus proposiciones. Cuando vi su foto en la prensa lo primero que me vino a la cabeza fue este absurdo pensamiento: “¡Qué rabia, si hubiera aceptado quizá podría haber conocido en profundidad a esta célula terrorista de Madrid!”, y durante unos instantes, vi como se me había escapado de las manos el Pulitzer (deformación profesional).

Lo que trato de explicarles es que Serhane disfrutaba de una posición acomodada en nuestro país, gozaba de un buen trabajo y estaba –de manera aparente- totalmente integrado en la vida madrileña. No se había criado en la pobreza y la miseria. La yihad llamó a su puerta en España, no en Túnez, y un espíritu de salafismo radical le sedujo debajo de los Pirineos, no en la antigua tierra del Cartago fenicio de donde procedía.

 

Asistimos a un nuevo fenómeno, el Euroyihadismo. Tal vez la mejor política de prevención terrorista no consista en reforzar la vigilancia de nuestras fronteras, sino trabajar en la integración de los hermanos musulmanes que viven con nosotros. Quizá si se sintieran mejor acogidos y comprendidos en nuestras sociedades, muchos no caerían en la trampa del salafismo radical, no tendrían necesidad de soñar con la umma. Políticas de integración efectiva y afectiva es lo que necesitamos.

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