Expresión y Gallardón

Expresión y Gallardón. Dos palabras con el mismo número de sílabas y con la misma acentuación. Libertad, sin embargo, tiene las mismas sílabas, pero no se acentúa. Cosas de la vida y la lingüística. Han sonado mucho estas tres palabras en los últimos días. Se ha conocido la sentencia del juicio periodístico y político del año. Muchos columnistas han opinado sobre el fallo. Palabras para todos los gustos. Desde insultos al rival, hasta adulación empalagosa a alguna de las partes, pasando por aplausos y bofetadas a la jueza. Lo que más se lleva en las proximidades del PP es el malabarismo de circo para no mojarse: hoy por mí, mañana por mí también. Y lo que triunfa en el entorno de la izquierda es lo de siempre. Y luego están los que, para informarse de lo que dice cada mañana Jiménez Losantos, acuden a las transcripciones que ofrecen ciertos medios que están deseando cerrar la COPE. Columnistas y tertulianos que se les ve que han oído campanas pero que no tienen muy clara la procedencia del tolón tolón, y que terminan diciendo simplezas sobre la diferencia entre la libertad de expresión y la libertad de insulto, como si alguien creyera realmente que lo de Losantos y Gallardón es sólo un problema de estilo periodístico, de tacto, de carácter, o de falta de mesura en la adjetivación.

Es razonable que los enemigos a los que Jiménez Losantos azota verbalmente cada mañana estén, en un primer instante, satisfechos por el fallo. Pero han pasado varios días, y varios editoriales envenenados, y ya es hora de dar paso a la reflexión serena. ¿Alguien les asegura a los señores de Cuatro TV, de la SER, de Público o incluso a ciertos columnistas del ABC, que mañana no serán ellos los demandados? Pues no, nadie se lo asegura. ¿Alguien podría prometerles que no serán condenados por verter, una o mil veces, una crítica a un gobernante desde sus medios? Tampoco. Entonces, ¿de qué se alegran? Resulta alarmante que ningún enemigo del periodista condenado –“condenado periodista”, para otros- haya querido profundizar en lo que significa esta sentencia si se le quitan los nombres y apellidos de los protagonistas. Parece que todo vale, incluso ver mermada su propia libertad de mañana, si con eso logran fastidiar hoy un poco a sus enemigos. Sabrán lo que hacen, pero yo espero que al menos tengan la dignidad de callarse cuando les llegue a ellos la hora de sentarse en el banquillo frente a cualquier cargo político.

De todo lo que ha dicho en las últimas horas el presentador de La Mañana de la COPE –que no ha sido poco, ni suave-, hay una reflexión especialmente interesante: “Los jóvenes periodistas, o los que empiezan ahora en pequeños medios digitales, mirarán esta sentencia y pensarán que si esto han hecho conmigo, qué no harán con ellos…”. Y es cierto. Si alguien con el poder y la influencia mediática de Losantos ha sido condenado por criticar duramente a un alcalde, cualquiera de los que estamos en una posición evidentemente inferior podemos tomar nota de esta sentencia y asumir que opinar sobre los poderosos no está al alcance de cualquiera. Si este mismo juicio tuviera lugar contra alguno de esos jóvenes y anónimos periodistas, o incluso esa legión de aficionados columnistas y bloggers, no habría expectación mediática, ni grandes periódicos defendiendo a cada una de las partes. La boca del acusado quedaría silenciada para siempre. Y sin mayor trascendencia.

Tal vez no lleguemos tan rápido a ese extremo. Pero lo que está claro es que desde hoy nos lo pensaremos bien antes de hablar y escribir sobre los que manejan el cotarro político y económico. Esta es una nueva victoria de todos los que viven en la estratosfera del poder, portando las banderas unificadoras de la izquierda, las insignias gaseosas del centro o los apocados escudos de la derecha.

Dicho todo lo anterior, creo que la COPE y el propio periodista deberían contener a las masas de fieles que están organizando en estos momentos todo tipo de acciones callejeras de repulsa a la sentencia, e incluso recogidas de fondos, como si Jiménez Losantos necesitase donativos para hacer frente a una multa de 36.000 euros, o como si el periodista más influyente de la radio española del momento estuviera en tal situación de desamparo que requiriese la protección de un puñado de sus oyentes portando pancartas por las calles de Madrid. Que no hay que olvidar que lo realmente grave no es la sanción a Losantos en sí, sino lo que significa y el precedente que marca.

 
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