Familia en sombra

Pueblo pequeño, con poco más de cien habitantes censados, en el que la migración no empezó a hacer mella, como en tantos otros lugares de Castilla, hasta dos generaciones por encima de la mía. Es decir, durante siglos no debió de haber muchos cabos para entrelazar parentescos.

La centenaria señora Inocencia, que así se llama, tiene como primer apellido el que era segundo de mi abuela paterna, de modo que coincide —si no me equivoco— con mi séptimo apellido. Puede que se trate de dos ramas distintas y que no exista entre ellas ninguna relación, pero no sería un despropósito suponer lo contrario, teniendo en cuenta que la localidad es y ha sido siempre muy pequeña. En definitiva, ¿la señora Inocencia y yo somos algo? Probablemente sí. En todo caso, miro la foto que viene publicada en el periódico y no la reconozco del todo a ella, aunque me suena quizá de años lejanos, ni a la mayoría de los que aparecen sonrientes alrededor, celebrando la proeza de longevidad.

A lo que voy es a esto: ¿cuántos parientes tenemos sin saber que lo son? ¿Cuál es el perímetro exacto de la consanguinidad? Está la familia nuclear, que es la más inmediata, y a partir de ahí los deudos se extienden hacia las afueras, hasta límites imprecisos. Con unos mantenemos contacto asiduo. De otros recibimos noticias esporádicas. Puede que haya alguno que apenas sea algo más que un recuerdo lejano. Y luego están esos otros desconocidos, ajenos por completo, una fracción de cuya sangre equivale a una fracción de nuestra sangre porque alguien, alguna vez remota o cercana, dio en multiplicar el número de ramas de un mismo árbol genealógico.

Esa porción de familia que ni siquiera sabemos que lo es permanece en sombra, pero puede aflorar a la luz. Qué grandes anagnórisis las que se producen por ejemplo en los autobuses de línea, donde hablando, hablando, se llega a conclusiones del tipo: «Si eres sobrina nieta de Bernardo y yo soy primo segundo de Ana Mari, entonces va a resultar que tú y yo somos tal y cual, y que coincidimos en Los Alcázares aquel verano del 83», y ahí son la incredulidad y el alborozo máximos.

Por si acaso tenemos alguna relación de parentesco, y aunque no la tengamos da lo mismo, que la ocasión bien lo merece, aquí va mi felicitación a la señora Inocencia, con los deseos de que cumpla muchos más.

 
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