Francofonía asimétrica

El presidente de la Generalidad se busca arterías cada vez más alambicadas para desespañolizar Cataluña. A su empeño diferenciador, que se venía plasmando en la propuesta de selecciones deportivas propias y en la de eurorregión formada por los territorios de la antigua Corona aragonesa, debemos sumar ahora la idea de ingresar en la Francofonía. Dicho así, “ingresar en la Francofonía”, que es como aparece en los medios, la cosa exhala un tufillo como a sociedad secreta con sus ritos de iniciación y su parafernalia de simbolismo geométrico. Puras connotaciones, pero como Giscard también es francés…

El problema es el de siempre: que para formar parte de esta organización hay que ser un Estado o, en su defecto, si se es región –como ocurre con algunas de Bélgica o con Quebec, el amado Quebec de los nacionalistas–, hay que pertenecer a un Estado ya adherido. Y de los cincuenta y tres miembros actuales con que cuenta la Francofonía, España no se incluye. El corolario va de soi: o la nación entera se gabachiza para que nos franqueen –literalmente– el  acceso, o Cataluña adquiere una estructura estatal propia que le permita cumplir los requisitos sin lastres mayores. Nos imaginamos por cuál de las dos opciones se inclinaría Maragall.

Puede pensarse que esto de sumarse a la Francofonía ha sido una cogitación propia y au-dessus de la mêlée, según este hombre nos tiene acostumbrados. Pues no. Según afirma, “es un deseo profundo de los catalanes”. Muy profundo debe de ser, porque no había aflorado hasta ahora a la superficie. Al menos así se venía percibiendo en Madrid –Madrid–, que es desde donde escribe uno. Espero que se me indulte en aquellas tierras por este pecado geográfico original, dado que “en la historia de nuestro país –tal como declara el presidente– Francia ha sido la puerta de la libertad”.  ¿También en 1700, cuando les prohibió emplear su lengua?

A propósito de lengua, en este caso francesa, ha expresado Maragall su voluntad de que constituya la segunda opción idiomática en los programas educativos de la autonomía, “como lengua extranjera, dado que tanto el catalán como el castellano son oficiales en Cataluña”. Claro está, señor presidente. Lo sospechoso es que se haya visto obligado a apostillar de esa manera su propuesta. ¿Se le ha ocurrido que pueda existir alguien tan malévolo como para suponer cosa distinta? ¿A qué responde esa súbita inquietud de no ser comprendido? No se preocupe don Pascual, que sus declaraciones asimétricas se entienden perfectamente. Pero perfectamente. 

 
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